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Alberto Míguez

Esperando al rey

Durante tres días esperaron los habitantes de Alhucemas y su región afectados por el terremoto, que el rey Mohamed VI los visitará. Es probable que lo haga en las próximas horas. Pero seguramente ya será tarde.
 
Esta falta de reflejos en el hijo de Hassan II, el hombre que reprimió vigorosamente en los años sesenta las revueltas del Rif ayudado por el entonces todopoderoso general Ufkir, sorprende y asombra. Su padre hubiera hecho lo contrario: desde el primer momento se le hubiera visto consolando a quienes más han perdido. Así lo hizo cuando la ciudad de Agadir fue prácticamente barrida por un terremoto.
 
El Rif sigue siendo en cierta medida bled es siva o, si se prefiere, territorio rebelde. Nunca los rifeños se acomodaron al poder emanado del majzén, es decir, de la Corte de Fez o Rabat. Este pueblo bereber es indómito (los españoles lo sabemos bien), se ha rebelado en múltiples ocasiones contra el sultán y el poder que simboliza. Tales heridas no cicatrizan nunca y ahora el terremoto ha vuelto a abrirlas.
 
Se quejan los damnificados de que la ayuda llega tarde, mal y nunca. Así sucedió también en Argelia, hace unos meses, y en Irán, hace unas semanas. La gente se siente despreciada y olvidada en su desgracia y los funcionarios, la policía, el ejército prefiere mantener el orden público en vez de socorrer a los que duermen a la intemperie o acaban de enterrar a un familiar.
 
Al aeropuerto de Alhucemas han llegado aviones de carga de varios países (siete solamente de España y vendrán más) de modo que estos rifeños sufridos y dolientes se preguntan dónde están las mantas, las estufas, las tiendas de campaña, las medicinas y los alimentos. Es lógico también que protesten ante lo que, sospechan, puede ser una rapiña más de las muchas que han debido sufrir a lo largo de su vida: más sabe el diablo por viejo que por diablo, dice el refrán.
 
Mohamed VI reside estos días en Tánger, apenas a unos minutos en helicóptero de Alhucemas. Pero, seguramente mal aconsejado por sus cortesanos, ha preferido poner su real planta en la ciudad mártir cuando todo esté arreglado, ordenado y sosegado. Es una apuesta arriesgada, porque, a medida que pasan las horas, el descontento de los más pobres y olvidados en estos riscos aumenta y se multiplica. El rey no estuvo estos días donde debía estar. Muchos rifeños tardarán en olvidarlo.
 

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