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Iberoamérica también existe

Mientras la prensa internacional comenta la presentación en sociedad de la nueva estrategia norteamericana para el Gran Oriente Medio, la prensa económica destaca la operación por la que Telefónica compra a la compañía de Atlanta Bellsouth sus activos en Iberoamérica, lo que supondrá un importante aumento de la presencia de la compañía española en el mercado de la telefonía móvil. Bellsouth abandona la región para concentrarse en proporcionar servicios en las grandes urbes norteamericanas, donde la exigencia es mayor en cuanto a tecnologías de alta velocidad, banda ancha, internet... Para Telefónica, la compra supondría encumbrarse en el primer puesto del ranking iberoamericano.
 
Las dos noticias parecen tener poco en común, pero para nosotros los españoles deberían ser causa de seria reflexión. Hace tres años George W. Bush explicaba a sus conciudadanos que una de sus principales preocupaciones en política exterior era la relación con sus vecinos del Sur. Recordemos la simbología de los sucesivos encuentros, en sus respectivos ranchos, de los máximos dirigentes mexicano y estadounidense. Luego llegó el 11-S y el mundo islámico se convirtió en una obsesión para los responsables de la estrategia norteamericana. Como consecuencia de aquel terrible acto terrorista llegaron las guerras de Afganistán e Iraq y ahora la nueva política hacia el Gran Oriente Medio. Energías y medios se concentran sobre una región del planeta. El futuro de las relaciones atlánticas gravitará sobre el nuevo astro... y de nuevo pospondremos hasta mejor momento la definición de una estrategia para Iberoamérica.
 
Las inversiones de Telefónica avanzan y con ella encontramos a nuestros grandes bancos, aseguradoras, eléctricas y petroleras, constructoras... Todas estas empresas supieron aprovechar la liberalización de las economías de la región para encontrar un hueco. Todas han pasado malos momentos, han ido aprendiendo las duras reglas de superviviencia allí donde el estado de derecho no lo es tanto. Todas trabajan con la esperanza de que el proceso en curso de estabilización de regímenes democráticos y de apertura de mercados arraigue. Pero esto no tiene por qué ocurrir, sobre todo si no nos volcamos en sacarlos adelante.
 
Los signos de que las corrientes populistas ganan adeptos son evidentes. Hay cansancio entre la población por los sacrificios que han tenido que hacer para sanear las economías, la propaganda antiliberal se crece y siembra el camino para futuras quiebras en el necesario proceso de modernización. Mary Anastasia O’Grady, en su prestigiosa columna del Wall Street Journal, explica con precisión la vía que Chávez está siguiendo en Venezuela para imponer una dictadura, un plan que recoge las lecciones aprendidas de anteriores fracasos revolucionarios y que ¿sorprendentemente? encuentra la comprensión de muchos, tanto en Estados Unidos como en Europa. No podemos quedarnos de brazos cruzados, nos recuerda O’Grady, y ese es un mensaje que debería calar entre nosotros más que en otros lares, porque es el prestigio de nuestra presencia allí, de la tantas veces citada Comunidad Iberoamericana de naciones, y el futuro de nuestros ahorros lo que está en juego.
 
Bien está que nuestra diplomacia participe activamente en el diseño y ejecución de la Política para el Gran Medio Oriente y que subraye la importancia de la evolución del Magreb. Pero nosotros, no sólo no debemos olvidar el capítulo iberoamericano, sino que tenemos que convertirnos en el ariete que acabe con el tradicional desinterés que por la región encontramos tanto en Europa como en Estados Unidos. Los islámicos han conseguido el primer puesto en la atención global gracias a su disposición a practicar el terrorismo en su variante apocalíptica. Evitemos que la situación iberoamericana degenere hasta el punto de encontrarse en condiciones de rivalizar por una posición tan poco ejemplar.
 
Si el mundo islámico requiere de una política común de europeos y norteamericanos para combatir la corrupción, mejorar la educación, animar y liberalizar la economía y, finalmente, consolidar sociedades abiertas, auténticas democracias liberales, Iberoamérica también lo necesita y a nosotros, a los españoles, nos corresponde tomar la iniciativa.

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