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Que Mariano Rajoy ha mejorado en los mítines, que su discurso llega mejor a la gente, que es otra persona cuando se dirige a las masas previamente entusiasmadas es una evidencia. Pero no era menor el entusiasmo hace quince días entre la gente del PP que iba a los mítines y no ha podido cambiar mucho Rajoy en dos semanas. ¿Cuál es la diferencia? En primer lugar, la caducidad natural del peñazo arriolesco, la manía gubernamental de atacar al ciudadano indefenso con montañas de folios indigeribles, que los tecnócratas del cesarismo producen por resmas y aun quintales. Por ejemplo, en los debates sobre el Estado de la nación siempre nos agreden con un muermazo de dos horas para espantar a la gente y luego ya empieza el debate. Pasaba con González y ha pasado con Aznar. ¿Por qué? Porque nos desprecian y porque los tecnócratas tienen que justificar su sueldo. Los primeros días de la campaña han sido de lo que llaman “propuestas”, o sea, de ganar tiempo al tiempo aburriendo al respetable. Un horror.
 
¿Qué ha cambiado en la segunda parte o en esta recta final de la campaña? A mi juicio, la facilidad, la normalidad con que Rajoy dice “yo”. Sin escudarse en el nosotros, ha salido a competir con Zapatero en la inevitable liza de yoes, en la pelea de personalidades y credibilidades. Y, por supuesto, también en eso lleva ventaja Rajoy. Ha sido al final bastante inteligente o efectivo lo de ZP, porque mientras hablamos de Zapatero no hablamos del PSOE, que o no existe o está hecho unos zorros. En cambio, Rajoy era mucho PP, mucho Aznar y poco Rajoy. Zapatero decía “yo” por obligación. A Rajoy no le salía el yo, pero ya le sale. Y el cambio ha sido espectacular. A mejor. El liderazgo, dígase lo que se diga, siempre es un hecho individual. Le ha costado asumirlo pero, al final, como en el tenis, entró, entró. A ver si en el Gobierno se acuerda de las otras personas del verbo. Felipe hace veinte años que no dice “nosotros”. Mal ejemplo.
 

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