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Me molestan los políticos que, cuando se produce un atentado, piden “normalidad”. Parece que nos están pidiendo que sigamos nuestros quehaceres como si nada hubiera ocurrido. Algo terrible  ha ocurrido en España y que no nos vengan con normalidades. La ETA, que algunos idiotas daban por finiquitada,  ha dado el zarpazo más brutal cuando está más débil, y por eso.  Matar cobardemente siempre es posible. Ha elegido el objetivo más fácil: ciudadanos de a pie que nunca hubieran pensado que podían ser blanco de esos asesinos. Algunos lo habían advertido: ETA iba a derivar hacia las tácticas de los terroristas islámicos y podíamos ser testigos, como lo hemos sido, de la mayor y más vil carnicería.
 
No debemos cerrar los ojos, como algunos quieren, a la cadena de hechos en los que se inserta el salvaje atentado de Madrid, que es nuestro 11 de septiembre.  Este 11-M es el siniestro complemento de la tregua catalana. Para que su “concesión” adquiriera valor, ETA debía matar en otra parte. Lo ha venido intentado, se le había impedido, ahora lo consiguió. Han firmado con sangre el  mensaje de aquella tregua: que si  se avanza hacia donde ellos quieren, pueden dejar de matar, que allí donde los independentistas más tiren de la piel de toro para resquebrajarla, pueden perdonarnos la vida. Primero la zanahoria, ahora el palo, brutal y repugnante. Es el intento de quebrar la columna vertebral de la moral ciudadana: de que cedamos al chantaje.
 
Oímos a personas, ciudadanos de a pie como los asesinados,  decir que “hay que dialogar” con los de ETA para que esta “barbarie” acabe. Lo ha dicho ya Carod, cómo no, pidiendo que se mantenga la “mente fría”. No quiere desbordamientos pasionales, no vaya a ser que se le pidan cuentas por haberle abierto la puerta a estos asesinatos a sangre fría. Carod  actúa para quienes desean lo mismo que ETA y  condenan los crímenes con la boca pequeña. Y para quienes sienten el miedo y el cansancio de esta larga guerra, y dicen: basta, que les den lo que quieran.
 
Oímos a los que piden que no “se instrumentalicen” los atentados. Es lo que decían hoy, en un centro de trabajo, unos militantes nacionalistas (no importa de qué tribu, todos se parecen) cuando se organizaba un acto de repulsa a la masacre. Un año y pico han agitado las pancartas de No a la guerra y de Nunca máis sin hacerse esa pregunta que les surge cuando hay que plantarle cara a la ETA. Qué  miseria moral la de éstos, como de los Ibarreche, los Durán i Lleida y todos los del “si, pero”: condenamos, pero ojo, que no se hable demasiado del atentado, que no se hable demasiado de terrorismo.
 
Zapatero ha pedido la “unidad de todos los demócratas”. Siempre se dice en los atentados. Pero ¿qué demonios quiere decir? Unidad, sí, pero ¿de quién y para qué? Ya no basta, tras todos estos años y  con todos estos muertos que ahora caen sobre la tierra española, decir frases huecas que tranquilizan las conciencias. No son demócratas los que pactan y los que protegen a los terroristas, y si lo son, no habrá que unirse con ellos. Sólo hay una unidad que permite combatir sin tregua a los asesinos,  y es la de quienes afirmen que nunca cederemos al chantaje y que nunca aceptaremos el desmembramiento de la nación que nos quieren imponer a sangre y fuego. Por las víctimas.
 

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