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EDITORIAL

Una política exterior rendida

El candidato electo del PSOE a la Presidencia del Gobierno se ha reafirmado en sus planes para reorientar drásticamente la política exterior y de defensa española consolidada durante el ciclo de Aznar. Entre sus primeros anuncios tras ganar las Generales de este domingo, Zapatero ha dejado claro que cumplirá lo prometido y retirará el 30 de junio próximo el contingente de soldados españoles en Iraq, si antes la ONU no ha recibido los resortes de la seguridad en la zona. Esta medida irá acompañada de un brusco cambio de prioridades y alianzas preferentes en la agenda exterior, empezando por Europa.
 
El vínculo transatlántico con los Estados Unidos, fortalecido por Aznar –particularmente, a partir de los ataques del 11 de septiembre de 2001–, una de cuyas consecuencias ha sido la de arrinconar a ETA y su entorno, provocando un debilitamiento sin precedentes de su estructura de terror y el cortocircuito de su propaganda internacional, va a ser arrumbado sin contemplaciones por los nuevos gobernantes socialistas, sumándose a la grey del antiamericanismo, tan nutrida en el Viejo continente. En paralelo, España se sumará a un paneuropeísmo de postal, que Zapatero desempolva del anaquel de la genuina mitología del socialismo español, identificándolo con el consenso a cualquier precio, sin contrapartida, con Francia y Alemania sobre la futura Constitución Europea.
 
Esta declaración de intenciones significa, en primer lugar, un reconocimiento de la capacidad política del terrorismo para definir agendas, congelar alianzas y provocar retiradas en el campo de batalla. La guerra contra el terrorismo no es una guerra de Europa o de Estados Unidos, porque lo que está en juego es mucho más que la seguridad interior de los países occidentales. Está en juego toda una forma de vida, un sistema de valores basado en la libertad individual, el derecho natural, la propiedad privada, la economía de mercado y la democracia. Al reafirmarse en su promesa de retirar el contingente español en Iraq y congelar los compromisos con la alianza contra el terrorismo liderada por los Estados Unidos, Zapatero demuestra que es un candidato del 10 de marzo, no un candidato del 12 de marzo, parafraseando una definición que el Weekly Standard dedica al candidato demócrata John Kerry, igualmente partidario del repliegue de la política exterior y de defensa norteamericana a la pusilánime doctrina de un multilateralismo bajo bandera de la ONU, de contrastada incompetencia en un mundo que ya no se enfrenta a las mismas amenazas que justificaron la fundación de este organismo tras la II Gran Guerra.
 
La segunda implicación de las intenciones de Zapatero en política exterior no resultan más halagüeñas para los intereses de España en Europa. La defensa que el político socialista hace de un acuerdo a toda costa con Francia y Alemania para aprobar la Constitución Europea supone, no sólo un volantazo de la política de firmeza de Aznar en la defensa de los mecanismos de decisión de la Unión Europea aprobados en Niza, sino una reducción gratuita e incomprensible del peso que España ha conseguido consolidar en los organismos políticos comunitarios. Apelar a unos abstractos valores paneuropeos y a la idílica fraternidad con nuestros vecinos y socios representa una asombrosa declaración de debilidad y, desde luego, no bastará para garantizar que los intereses nacionales tendrán su adecuado correlato en la capacidad de decisión de las instituciones europeas.

En España

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