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EDITORIAL

Rubalcaba miente

Lenin dijo que la mentira es un arma revolucionaria. Netchaiev, para destruir la voluntad de resistir del adversario, recomendó en el “Catecismo revolucionario” aplicar “a los cuerpos, la violencia; y a las almas, la infamia”. Revel, en las antípodas de estos dos enemigos de la libertad y de la humanidad, constató, muy a su pesar, que la principal de las fuerzas que mueven el mundo es la mentira.
 
La operación de intoxicación de masas que llevaron a cabo Rubalcaba y la “casa matriz” del PSOE tras el 11-M responde precisamente a esos siniestros patrones: la utilización de la violencia, la mentira y la infamia al servicio de sus fines políticos. La violencia la pusieron los terroristas –Al Qaeda, la ETA, o ambas, aún no lo sabemos a ciencia cierta–; la mentira, el grupo PRISA en los días posteriores a la masacre de Madrid –hay que recordar, por ejemplo, el famoso cadáver del suicida que nunca apareció–; y la infamia Alfredo Pérez Rubalcaba y los manifestantes “espontáneos” ante las sedes del PP el pasado sábado, cuando acusaron al Gobierno de mentir y ocultar información.
 
Pero una vez que comienza a disiparse la nube tóxica que PRISA y su brazo político insuflaron en la atmósfera política el viernes y, sobre todo, el sábado, en plena jornada de reflexión y apenas 10 horas antes de que se abrieran los colegios electorales, muchos ciudadanos empiezan a darse cuenta de que han sido burdamente manipulados, de que han sido objeto de un gran engaño. La desclasificación de los documentos del CNI demuestra que el Gobierno no mintió en ningún momento sino que, primando la transparencia y la honradez sobre los intereses políticos, el Ministro de Interior hizo pública toda la información de que disponía el Gobierno a medida que éste la iba recibiendo.
 
Esos documentos demuestran que quienes mintieron vil y descaradamente el pasado sábado fueron PRISA y Rubalcaba cuando acusaron al Gobierno de ocultar información sobre la autoría de los atentados. Y al mentiroso, cuando es descubierto, sólo le quedan dos opciones: reconocer que ha mentido o inventar mentiras incontrastables y de mayor calibre. Rubalcaba ha elegido la segunda opción. Ha decidido contraatacar con más mentiras, esta vez imposibles de verificar: ahora acusa al Gobierno de desclasificar sólo los documentos que contribuyen a probar su inocencia. Y afirma que el PSOE contaba con "información suficiente" obtenida de diversas fuentes, "también del CNI", que demostraría que el mismo jueves por la tarde ya se sabía a ciencia cierta que los atentados habían sido perpetrados por Al Qaeda.
 
Pero, de momento, no ha aportado esa documentación. Ni parece probable que lo haga. En primer lugar porque esa documentación no existe. En segundo lugar, porque todavía no puede descartarse una posible colaboración entre la ETA y Al Qaeda. Y en tercer lugar, en el caso de que existieran esos informes, porque tendría que explicar cómo es posible que él recibiera información clasificada del CNI antes incluso que el Gobierno. Rubalcaba tendría que explicar al Gobierno y a los ciudadanos qué personas o agentes filtran esa información, destinada exclusivamente a las autoridades, a partidos políticos y medios de comunicación. En definitiva, Rubalcaba no revela la identidad de sus “espías”, bien porque no existen o bien porque tendría que denunciarlos ante la Justicia de inmediato. Es decir, o Rubalcaba miente o actúa como encubridor de un delito. Y en cualquiera de los dos casos habría motivos para su procesamiento si no fuera porque para probar la falsedad de sus acusaciones sería preciso desvelar secretos de Estado que, por razones evidentes, no pueden ser revelados.
 
He aquí la infamia y la trampa saducea a la que ha recurrido Rubalcaba para tapar sus vergüenzas. Si Rubalcaba quiere que también se desclasifique “el trabajo cotidiano" de la Policía, la Guardia Civil y el CNI, que, efectivamente, no sólo trabajan "con papeles", también debería explicar a los ciudadanos que eso equivaldría a revelar a los terroristas cuál es el modus operandi de la lucha antiterrorista. Algo que ningún gobierno responsable, ni siquiera el de Zapatero, puede siquiera pararse a considerar.
 
Pero mal que le pese a Rubalcaba, por muchas trampas saduceas que interponga en el camino de la verdad, el Gobierno que ha contribuido a encumbrar jamás podrá librarse de la mancha de haber accedido al poder encaramándose sobre una pila de cadáveres y de infamias. Si no fuera por la gravedad de los hechos y de las acusaciones sin fundamento, sería realmente cómico que quien formó parte de los gobiernos que elevaron la corrupción y el crimen de Estado a práctica habitual se atreva a exigir transparencia y honradez a un Gobierno que ha dado sobradas pruebas de honorabilidad. La mejor de ellas es que, precisamente por honradez y transparencia, ha perdido el poder.

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