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Armando Añel

Con la bomba en la mochila

El fundamentalismo islámico, el terrorismo antiglobalización y la izquierda totalitaria –el totalitarismo de derechas, felizmente, pasó a la historia hace ya más de medio siglo– no sólo comparten métodos o señales de humo, sino, sobre todo, raíz común. Llámese Guevara o Bin Laden, paraíso celestial o distribución equitativa de la riqueza, la abstracción a la que el fanatismo militante rinde culto carece de matices porque es infalible y excluyente, porque se escurre en referentes de lo ideológico más hermético. Esto ya sea en su formato religioso o algunas de sus modalidades postmodernas, particularmente enrevesadas cuando reincorporan la perorata nacionalista o el elemento de clases –las bajas, la desposeída... ¿la intelectual, la académica?– y se parapetan tras ellos.
 
La ideología es una máquina de rechazar los hechos, argumenta atinadamente Jean Francois Revel, y el avance de la modernidad y su representación más acabada, la globalización, comporta una carga de realidad insoportable para los fundamentalismos postmodernos. La variedad, sinónimo de individualidad allí donde sienta cabeza, horroriza a quienes contemplan el mundo tras las gafas de sol de la dependencia ideológica. Ello explica que el niño palestino detenido hace pocos días en un puesto de control israelí, mientras transportaba –suicida involuntario– explosivos en su mochila, estuviera a punto de saltar por los aires para mayor gloria de Mahoma, Arafat o el terrorismo antiglobalización, llevándose por delante multitud de vidas tan inocentes como la suya: la raíz común está marcada por el desprecio al individuo concreto y la sacralización de lo religioso, lo ideológico o lo nacionalista. Por esta vía, el fundamentalismo, el totalitarismo y sus ramificaciones, entrocan con el ideario de la izquierda tradicional, colectivista y arcaica.
 
Enclaustrada en el palacio de cristal de la palabra, embriagada por los cantos de sirena de lo políticamente correcto, la progresía sirve a los intereses de los fundamentalismos postmodernos involuntaria y obstinadamente, con la meticulosidad de la tuerca horadada por el tornillo. Demasiado ocupada en denostar la responsabilidad individual y a su símbolo cimero, los Estados Unidos, es incapaz de ver por dónde van los tiros, y en ocasiones hasta los provoca –la masacre de Madrid, inmediatamente previa a las elecciones generales, demuestra que más que castigar a España se pretendía llevar al poder al antiamericanismo al uso, harto reconocible en la figura de José Luis Rodríguez Zapatero–. Sin imaginarlo siquiera, la izquierda tradicional acude al puesto de control de la modernidad con la bomba a cuestas. Como el niño de la mochila.

En España

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