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Lucrecio

Felipismo, volumen II

Lo grave no es que alguien delinca. Ni siquiera lo es que quien lo haga sea una alta instancia de Gobierno. Desde la sabiduría del siglo XVI florentino, Guicciardini no se engañaba: “es imposible que un ministro no robe”. O un partidoO. No es eso lo grave. Lo grave es que le salga gratis. En lo judicial, primero. Y, de inmediato, en lo político.
 
La memoria del PSOE es la de los años González; que fue quien inventó la cosa ésta, propietaria de una marca que, antes de 1939, fue la de un partido político.
 
En lo judicial, esa memoria se resume en dos: la mayor corrupción económica de la España contemporánea, y la práctica del asesinato de Estado, al mejor estilo de las desapariciones en las dictaduras bananeras. Hubo juicios, es cierto. Muy pocos. Pagaron unos cuantos mindundis (el más relevante de ellos, esa cosa de apariencia humana llamada Barrionuevo). Se quedaron cuatro días en la cárcel. Por ahí andan. Tan contentos. Ni Rafael Vera devolvió un  duro de la faraónica caja negra volatilizada en el ministerio del Interior, ni los jefes de verdad de aquella red delincuencial fueron procesados siquiera. Lo grave no es siquiera que durante los años González se robase y asesinase en impunidad casi perfecta. Lo grave es que saliera gratis. Absolutamente gratis.
 
Y, ocho años después, helos de nuevo. No pagaron en lo judicial; tampoco en lo político. El que fuera silencioso chico de los recados de Glez. desde su mudo escaño, es hoy Califa en lugar del Califa y con la benevolencia del Califa, que, eso sí, le hace pisar la sombra por su Beria de turno, el camarada Rubalcaba, no vaya a ser que se olvide de quién es, de verdad, quien manda.
 
En trece años, el PSOE destrozó irreversiblemente piezas clave de la democracia. La confianza en la honradez de los políticos, lo primero, por supuesto. Pero también la economía, trocada en un inmenso saqueo partidista. Pero también el poder judicial, convertido en apéndice necrosado del Ejecutivo. Pero también la enseñanza, que, desde las guarderías hasta la Universidad, quedó sumida en el peor marasmo de su historia contemporánea: son ya varias las generaciones de analfabetos que deben su perfecta ausencia de futuro a las imbéciles leyes de los años ochenta. Cualquier esperanza de arreglo a eso, si ya era escasa, se torna ahora impensable.
 
No fueron años de gobierno más o menos malo. Fueron años de ansia por trincar, cayese quien cayese. Y llevándose por delante cuanto hiciera falta: el país incluido. Salieron gratis. Empieza, ahora, la segunda parte.

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