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Francia ha sido tradicionalmente el espejo en el que se ha mirado la retroprogresía continental y el paradigma de cómo debe funcionar un país comprometido con los valores más caros a la izquierda: altas tasas de incautación de riqueza—apuntillada en su día por el invento socialcomunista del impuesto sobre las grandes fortunas, un atajo en el camino de la servidumbre—; abundante ingeniería social para repartir el botín político y subvenciones sin límite para los sectores que dan soporte intelectual al régimen y, eventualmente, se rinden incondicionalmente ante cualquier amenaza exterior.
 
El resultado de esta política no puede ser más rutilante, como lo demuestran las cifras que vamos conociendo de la economía francesa y la extraordinaria paz social que el modelo promueve en todos los ámbitos. El caso francés, por lo demás, no es un asunto que tenga su origen en una ideología concreta, sino que el estatismo desaforado, que tan graves consecuencias acarrea a un país en todos los órdenes, es prácticamente un elemento constitutivo que supera las diferencias partidistas entre franceses, y que en último análisis se sustenta en la ósmosis que se da entre la clase política, el alto funcionariado y los dirigentes sindicales. Se reedita así, en versión contemporánea, la división estamental que, gran ironía, ha patentado precisamente el país que abolió el Antiguo Régimen. Un ensayo imprescindible de Nicolás Baverez, que lideró las cifras de ventas en el país vecino tras su salida al mercado en 2003, explica perfectamente las causas de este alarmante declive nacional, y adicionalmente sirve para comprender el fracaso del proyecto constitucional de la llamada convención europea, diseñado a imagen y semejanza del modelo hiperestatal en que se basa la “excepción cultural francesa”.
 
La soberbia estatista en el orden interno tiene su fatal corolario en una política exterior delirante, que hace tiempo que vive de espaldas a la sana razón de Estado. Un ejemplo: Francia, la nación que desde hace más de doscientos años sueña con liberar a Europa, se ha convertido desde la década de la descolonización en el refugio dorado de dictadores de toda laya, cuyo único elemento en común ha sido su firme oposición a los postulados de una sociedad moderna liberal.
 
En 1978, mientras las protestas contra el Sha de Persia asolaban Irán, el Ayatolah Jomeini estaba viviendo en el suburbio parisino de Neauphle le Chateau, diseñando una revolución islámica que muy pronto agitaría al mundo entero. Bajo la atenta mirada del gobierno francés, Jomeini se reunía regularmente con periodistas para hacer campaña activa a favor del derrocamiento del Sha. De hecho, cuando el Sha finalmente huyó de Irán en 1979, a Jomeini se le facilitó un vuelo charter de Air France a Teherán, para presidir uno de los regímenes más represivos hasta su muerte en 1989.
 
La generosa hospitalidad francesa hacia el tirano islámico tiene poco que ver con el tratamiento que el mismo gobierno está dando a Nizar Nayouf, periodista disidente Sirio y activista a favor de los derechos humanos que, como Jomeini en su día, vive actualmente en los arrabales de París como refugiado político. Recientemente Nayouf reveló la existencia de tres documentos potencialmente explosivos que según él implicaban a Siria, Francia e Irak en operaciones de ocultación de armas de destrucción masiva iraquíes y en sobornos electorales. Los documentos, que Nayouf obtuvo de sus fuentes en Oriente Medio, captaron la atención de los medios en los EE UU y en otros países.
 
(...) De acuerdo con Nayouf, el 30 de enero pasado fue requerido para ser interrogado por la Agencia Francesa de Inteligencia (DST), donde le estuvieron preguntando durante varias horas antes de soltarle. Al final de la entrevista, un oficial francés se identificó a Nayouf sólo como el Coronel Heprarb, informándole que debía de abstenerse de realizar cualquier otro comentario público acerca de las relaciones entre el depuesto régimen iraquí con síria y Líbano. (...) Nayouf continúa relatando que tras el interrogatorio en la DST volvió a su casa en el suburbio parisino de Malakof sólo para encontrar que su apartamento había sido destrozado y que tres CD-ROMs con sensibles documentos habían sido robados.
 
Actualmente Nayouf tiene el pasaporte retenido para evitar que viaje al exterior. Si como teme es extraditado a Siria, los partidarios del partido Baaz probablemente le meterán de nuevo en prisión, o peor aún será ajusticiado. Nada que ver con el tratamiento que la Grandeur otorgó a Jomeini y a otros amigos de similar catadura.
 
Otro de los grandes inventos franceses, celebrado hasta la extenuación por la progresía occidental, ha sido la famosa “excepción cultural”. Lo cual, como demuestra el caso español, sólo ha servido para que la izquierda se autoadjudique lo mejor de la historia nacional, declarando superfluo todo lo demás. Sin embargo, mientras fuera del país la gente de la cultura subvencionada aplaude con fruición, los sufridos contribuyentes franceses no acaban de aceptar su condición de accionistas forzosos de un invento del que vive una auténtica marea de burócratas. Y ello a pesar de que estos proletarios de la excepción cultural realizan su abnegada labor casi en condiciones infrahumanas.
 
“Muchos lectores estarán familiarizados con la idea de la “excepción cultural francesa”. La noción tras este concepto es que la lengua y cultura francesas es tan frágil y tan poco atrayente que debe ser mantenida viva con interminables subsidios estatales. Los sufridos contribuyentes franceses ya son esquilmados para la protección de su cultura. Pero ahora, los contribuyentes del resto de la Unión Europea también van a ser forzados a subvencionar los viajes y el mantenimiento de los diplomáticos de la nueva Europa que van a estudiar francés a expensas de los gobiernos.
 
Los funcionarios de los estados de centro-Europa que se van a unir en mayo a la UE, no viven en las condiciones típicas de los estudiantes normales durante su largo periodo de aprendizaje. Por el contrario, serán alojados en el muy chic Castillo de Correnson, en plena Provenza y en temporada alta de vacaciones. Además de las clases intensivas de francés, disfrutarán diariamente de la afamada cocina francesa, vino y representaciones de músicos y actores”.
 
Una economía desastrosa, una política exterior que no conoce la lealtad y el despilfarro como norte político. Es una pena que el país vecino no disponga de una nómina de genios del séptimo arte ni siquiera aproximada a la que disfrutamos en España, porque ¿alguien es capaz de imaginar lo que este material daría de sí en manos de directores de cine con el talento de nuestros Hitchcocks?

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