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José García Domínguez

Fernández de La Vega, contra "los cruzados"

No me consta que Maria Teresa Fernández de la Vega se haya arrepentido jamás de su pasado totalitario, ni que tenga el propósito de excusarse ante los demócratas por haber militado en un partido, el comunista, que sigue proclamándose heredero intelectual de los mayores criminales del siglo XX. Tampoco he tenido noticia de que la señorita De la Vega hubiera padecido la menor indisposición (por ejemplo, algún ataque de arcadas) al saber desde su anterior poltrona ministerial de la cercanía física y moral de ciertos dirigentes de la banda terrorista GAL. Como no recuerdo a esta Fernández gritando por las calles su solidaridad con las tres mil víctimas de Nueva York. Igual que no la inmortalizó mi retina detrás de una pancarta el día que la Unión Soviética decidió ocupar Afganistán. De idéntico modo, no la escuché gritar “no a la guerra” cuando Felipe González envió tropas de reemplazó contra Sadam Husein en una acción que provocó veinte veces más muertos que la liberación de Irak. La única certeza que tengo con respecto a su persona, gracias a haberla observado ayer en Leganés, es que Maria Teresa está felizmente dispuesta a encabezar una algarada callejera en la que se llamé “asesino” al presidente legítimo del Gobierno de España, José María Aznar.
 
De Rodríguez Zapatero, su jefe, lo único que nos consta a todos es que sólo está en deuda con Flaubert y su Diccionario de lugares comunes, el gran glosario de frases hechas de uso imperativo para simples de todo tiempo y lugar. Así, fiel a sí mismo, mientras su vicepresidenta se vuelve a mezclar con los amigos de los terroristas (esta vez, con los del “Diálogo también con Al Qaeda”), ese discípulo de Bouvard y Pecuchet no deja de repetir que para combatir la violencia islamista hay que eliminar las raíces profundas que la provocan.
 
Sin embargo, más honda que la fuente del nihilismo sanguinario de los islamistas es la comprensión, cuando no la simpatía, de la izquierda hacia esa forma de barbarie. ZP, al hablar de raíces profundas tiene en la cabeza y en la punta de la lengua toda la bazofia conceptual que produjo la Komintern sobre el intercambio desigual, el centro, la periferia, y el imperialismo como pretendida fase superior del capitalismo monopolista. Alberga en el cerebro los mismos mantras anti-occidentales, antiliberales y totalitarios de los que María Teresa nunca ha querido abjurar públicamente. En el fondo, sigue creyendo a pies juntillas que la riqueza de los ricos es la causa de la pobreza de los pobres; y que ahí se hunde la raíz del problema. Por eso, él, como toda la izquierda, ya había capitulado intelectualmente ante los genocidas cuando Ben Laden todavía no era más que un macarra de fiesta permanente por los casinos de Líbano Por lo mismo, a nuestra izquierda le urge rendirse inmediatamente ante esos hijos del Magreb que explotan en Leganés. Y mientras llega el momento formal del armisticio, los comparsas de la futura vicepresidenta siguen injuriando al máximo representante institucional de la democracia. Perdieron la Guerra fría, tal vez sueñen su revancha en la Yihad.

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