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Amando de Miguel

Aclaraciones

A veces el lenguaje está para no entendernos, para oscurecer nuestros pensamientos. A mí me pareció claro referirme a “los que llevan sus camisas más oscuras que sus corbatas”. No me hice entender. Javier P. Alonso se pregunta por la significación de esa charada. La misma curiosidad tiene R. Álvarez, de Cataluña. Reconozco que la frase era un poco elíptica, pero paso a explicarla. Se trata del lenguaje del cuerpo, del cuerpo vestido, de la indumentaria. Actualmente se presenta un tipo humano muy característico. Es un varón más bien joven, o que pretende serlo, económica y políticamente bien instalado, antinorteamericano, que odia al PP, que nunca se refiere a España. Su señal inconfundible: suele llevar camisas oscuras, o al menos más oscuras que la corbata, si es que lleva corbata. En otro tiempo la camisa negra o parda fue una prenda típica de los fascistas. Hoy estos nuevos camisas negras o pardas consideran “facha” todo lo que no sea ellos mismos. Las palabras y los símbolos se vengan.
 
Luis Sánchez Barbero me comunica que en México oye mucho la palabra edecán, como azafata u otro tipo de persona que ayuda a organizar reuniones y actos parecidos. La pregunta es si está bien traída la palabra y por qué no se emplea en España. Pues bien, la palabra lleva ya mucho tiempo en el español, desde el siglo XVIII. En su origen era un término militar, en francés aide de camp o ayudante de campo. Luego pasó a la vida civil. En España tomó un sentido irónico, un poco como los “escuderos” del Quijote. Yo así la he empleado algunas veces, en el sentido de los que acompañan y sirven a los poderosos y les ríen obsequiosamente sus gracias. Por eso requiere más bien el plural. En México y otros países centroamericanos se conserva, sin ironía, como la persona que desempeña tareas administrativas en la organización de lo que ahora se llama “eventos”. Esa palabreja de “eventos” ya la hemos tratado aquí.
 
En México se conservan palabras muy castizas que se han perdido un poco en España. Por ejemplo, platicar (conversar) o alberca (piscina).
 
Por cierto, son varios los corresponsales que vuelven a la carga con la famosa equis de México. No le demos más vueltas. Es bien bonita la ambivalencia que supone escribir México con equis o con jota. José Manuel, desde Cáceres, escribe un largo argumento para demostrar que esa equis con sonido jota se debe a la introducción de la letra griega ji (en inglés la escriben chi y la pronuncian kai). Una opinión parecida la mantiene Pedro Vidal.
 
Marcos González-Cuevas (de Logroño) me da la razón en lo de México. “Me parece hermoso que ciertas palabras conserven su grafía original, al modo de México, Oaxaca, Xavier, la uva de Pedro Ximénez o Texas”. Añado la comarca de La Axarquía. En todos esos casos el sonido apropiado es el de la jota actual.
 
En cambio, Marco A. García prefiere escribir Méjico, por la misma razón que escribe don Quijote y no don Quixote (que figura en la edición príncipe). Tiene razón, pero no toda la razón. Disiento, sin embargo, del argumento que emplea don Marco sobre el “favor a los angloparlantes” que se hace diciendo México. En todo caso será si se pronuncia la equis como equis, no como jota. Los mexicanos decían México (con jota o algo parecido) mucho antes de que los peregrinos llegaran a Nueva Inglaterra.
 
Aunque parezca mentira, todavía sigue la polémica sobre si se debe decir el idioma español o castellano. Juan Ramón Romero, de Madrid, insiste en que debemos decir “español”. Tengo escrito un libro que se titula El idioma español, pero muchas veces, dentro de España, me acojo a lo de “castellano” para comprender que hay otros idiomas españoles. No es mala la ambigüedad. Con todos los respetos, a Jesús de Nazaret lo llamamos también Cristo, Jesucristo, Mesías, Ungido, Hijo de Dios, etc. El Quijote está lleno de ejemplos de esa ambigüedad onomástica. Nunca acabamos de saber cómo se llamaba la mujer de Sancho Panza o incluso don Quijote y Sancho. A cada uno de nosotros nos pueden llamar por nuestro nombre de pila o por el apellido, y no pasa nada. Incluso toleramos el apodo. Mi abuelo era el Cuco, y por tanto yo lo soy también. El cuco es el pájaro que pone los huevos en el nido de otro. Es una idea para los que quieran insultarme.
 

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