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EDITORIAL

Al fin, Rajoy

La espléndida intervención de Rajoy en el Debate de Investidura de Zapatero nos ha hecho recordar la valoración que, tras una larguísima, tozuda y absurda campaña de “perfil bajo”, hacíamos del cara-cara que el candidato popular mantuvo en La SER con Iñaqui Gabilondo la víspera del fatídico 11-M: “Rajoy ha dado muestras de esa buena retórica y ese regate en corto que, pese a ser mucho mejores que los de Aznar, sus asesores no han querido erradamente aprovechar en un debate abierto frente a Zapatero”.
 
Pues bien. Rajoy ha vuelto este jueves a demostrar esas dotes de las que hizo gala en esa ocasión y, sobre todo, en las numerosísimas ocasiones que precedieron a su nombramiento como candidato del PP. Ha vuelto a demostrar que se puede ser “suaviter in modo” pero “fortiter in re”, sin que por eso deje el nuevo dirigente del PP de ser Mariano Rajoy ni convertirse en José María Aznar. Ha demostrado que entiende que exponer públicamente a su oponente ante sus propias contradicciones no implica el riesgo de despertar a un adverso electorado dormido ni dar resonancia a su discurso.
 
Zapatero, por su parte, ha demostrado que, tras sus formas aparentemente sensatas y conciliadoras pero que no concilian “el talante con el talento”, no yace más que el puro nihilismo ideológico, del que solo sale para retomar los lugares comunes de la izquierda mediática que, por dominantes, no dejan de ser radicales ni peligrosos.
 
En cuanto al resto de los partidos de la oposición —más bien, del nuevo gobierno—, sólo cabe señalar que los compañeros de viaje del señor Zapatero (incluidos abstencionistas como CiU) no han podido dejar más descaradamente en evidencia que sus pretensiones chocan frontalmente contra nuestro marco constitucional. Rajoy tiene la obligación, de forma permanente, de desenmascarar y denunciar que, bajo ese tono “dialogante”, se niega la condición de nación a nuestro país, se ningunea con reformas estatutarias la soberanía de nuestro parlamento y se derriba el eje vertebrador de nuestra Constitución. Rajoy no debe dar por evidentes ni por sabidas estas cosas que, aunque a estas alturas deberían serlo, la inmensa mayoría de los medios de comunicación y el resto de los partidos políticos tratan de desviar u ocultar.
 
Rajoy debe compaginar, sin abandonar ninguna de las dos cosas, las críticas a sus oponentes con la afirmación del discurso propio. Debe buscar incansablemente y en cualquier ámbito el contraste de ideas, y llevar a cabo una ineludible tarea de pedagogía política. En ese batalla de ideas consiste precisamente la democracia, y no en este somnífero consenso de la nada —o de nada bueno— que nos venden los demás partidos. Es la voz de Rajoy y su criterio los que queremos permanentemente que se oigan desde el Partido Popular.
 
Las europeas están a la vuelta de la esquina. Esperemos que sus asesores no lo vuelvan a retranquear y que entiendan que “el comandante es el regimiento”, como decía el infame Napoleón que en esto tenía más razón que un santo. No queremos, en definitiva, que el Rajoy de hoy, se nos vuelva a desvanecer.
 
 

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