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Amando de Miguel

A vueltas con Cataluña

No hay tu tía. Lo de Cataluña es una verdadera obsesión para los lectores del Principado que quiere ser República. El asunto suscita más rauxa (apasionamiento) que seny (buen sentido, sosiego).
 
Un catalán (cuyo nombre omito a petición suya) me señala que ha estado recientemente en Baden-Wurttenberg (o Suebia) donde se habla con naturalidad el suabo. Es una lengua con literatura propia, pero a nadie se le ocurre que pueda desplazar al alemán como lengua de comunicación. Aplica el caso al catalán. “El sumergirse (aquí lo llaman inmersión) en la lengua vernácula (catalana), con la esperanza de que esta se convierta en idioma universal, es tiempo perdido”. De acuerdo, pero ¿por qué ocultar el nombre de quien expresa esa opinión? Esa petición o exigencia de anonimato solo se encuentra en la posta que recibo de los catalanes. Por cierto, ¿para cuándo la transferencia del Servei de Correus? Propongo mejor lo de Posta Catalana; parece menos español.
 
José Artigas Puig (gracias por dar su nombre) me comunica desde Cataluña: “No encuentro ningún colegio público que me ofrezca la posibilidad de que mi hija reciba educación bilingüe”. Se entiende, en catalán y castellano; pues sí se podrá estudiar en alemán, francés o inglés. También hay en Cataluña colegios privados donde se pueda conservar el castellano, pero la cuestión está en la enseñanza pública, la que pagamos todos los españoles, sea cual fuere nuestra lengua doméstica. Estamos acostumbrados a que el Gobierno catalán (o el vasco) incumpla las leyes. ¿Cómo se podrá obligar a que la gente pague los impuestos o a que respete las señales de tráfico?
 
Horacio Silvestre, filólogo, me felicita por mi defensa de la lengua española frente al “legado de las taifas medievales, el cerrilismo paleto y guerra civilista del siglo XIX”, etc. Gracias, hombre. Yo también soy “filólogo”, esto es, “amigo de la razón o de la palabra”. La única objeción es que los reyes taifas por lo menos eran personas cultas, cosa que dudo de sus actuales herederos.
 
Francesc Serret Monner me trata familiarmente por el nombre de pila, “sin el Don, porque, como en catalán no se usa, no estoy acostumbrado y me suena difícil”. El “don” no es más que el apócope de “dóminus” (= señor); así que lo podemos emplear en todas las lenguas romances. Si decimos “señor” es lo mismo. Los abades de Montserrat se anteponen el “dom” que todavía suena mejor. También se dice Nostra Dona de Montserrat. Bueno, vamos a lo nuestro. Agradezco las palabras de afecto y felicitación del amigo Francesc. Sugiere que Carod-Rovira “dialogue” con Ben Laden. Tiene la duda de si el catalán es solo un dialecto. No, un dialecto sería el aranés o el leonés, pero el catalán es una lengua hecha y derecha con una literatura secular, lo mismo que el gallego o el castellano. Otra diferencia es que la lengua requiere que se haya unificado el modo de escribirla. El castellano lo hizo al final del siglo XV, con Nebrija. El catalán realiza esa reforma unificadora a finales del XIX y el vascuence lo logra en la segunda mitad del siglo XX. Es así. No hay ningún juicio de valor. Mi corresponsal termina dándome las gracias “por deleitarme continuamente con sus explicaciones y ese hablar claro que tanto echo de menos en mi tierra”. Pero ¿no quedamos en que en Cataluña se repite ese estupendo pleonasmo de clar i català? Algo ha cambiado en Cataluña para que se destierre la claridad. Por lo menos ya no se venden mucho las camisas claras.
 
Ababuyá Alencastro, desde San Luis (Colorado, USA) se lamenta de que el español pueda desaparecer en Cataluña si se cumple la actual política lingüística. Comparto sus temores, aunque confío en que la realidad se imponga a las leyes cicateras. Cataluña será la gran perjudicada si se erradica el español escrito de su vida pública y empresarial. Lo que pasa es que Cataluña es parte de España, es decir, parte de mí. ¿Lo entenderán así las camisas oscuras?
 

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