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Juan Carlos Girauta

¿Quién es el pececillo y quién el tiburón?

“Se nota que yo he recorrido más veces que él ese trayecto”, dice el director de El Mundo tras su paseo por los jardines de La Moncloa con el nuevo presidente del gobierno. Y remata “Siento la magia de contemplar a un entusiasta Gulliver recién llegado al país de los Gigantes. Espero que me crea cuando de todo corazón le deseo buena suerte”.
 
Mira tú por dónde, el bueno de ZP no sólo no ha de temer al que fue principal azote de González sino que les ha unido una suerte de eléctrica pulsión. Son esas corriente raras, inexplicables, que empujan a abrazar a los desconocidos. Con Bono tampoco parece que Pedro J. se lleve nada mal. Me pregunto qué sucederá si su diario, fiel a una loable tradición, sigue hurgando en el estercolero del golpe que no empezó el 11 M ni acabó el 14 M. ¿Estará ya investigando su gente para aclarar las pasmosas semi-revelaciones de Fernando Múgica? ¿Sabe el periodista algo más y se lo guarda para un día de lluvia? Y de ser así, ¿pensaba en ello cuando paseaba junto al presidente? ¿Conoce mejor que ZP no sólo de los jardines de La Moncloa? Es fácil que así sea, porque el paternalismo con el que despacha al presidente del gobierno es tan descomunal que sólo a los inadvertidos se les puede vender esa estampa campestre y bonancible.
 
Dos posibilidades. Primera: ZP es, como algunos sospechan, Mister Chance. Atraviesa un bosque de envidias, traiciones, rencores y crímenes sin reparar en nada, atento a la belleza de las flores y de los árboles. Llega donde nadie imaginaba desconociéndolo todo sobre su entorno, y acabará caminando glorioso sobre las aguas del estanque en cuyos fondos reposan atados a ruedas de molino los cadáveres del GAL y del clan del Tunecino. Por eso a Pedro J. le resulta tan entrañable, y hasta le quiere un poco. Segunda: ZP es el más astuto de todos, González a su lado es Blancanieves y los de Vera los siete enanitos, ha seducido al peor enemigo de sus amigos y de sus siglas y, generoso, va a domesticar al zorro con el que no pudieron los servicios secretos más infectos del gobierno más corrupto que imaginar se pueda. Algún indicio hay: nunca me ha cuadrado que un citador de Reader’s Digest esté tan familiarizado con Borges.
 

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