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Juan Gillard López

Un partido anti-sistema

Produce vértigo ver los informativos y comprobar el protagonismo adquirido por una serie de personajes que nunca debieron abandonar la marginalidad y que ahora sientan cátedra a diario. Si bien en toda Europa existen formaciones radicales, filoterroristas, o independentistas, con excepción de España no tocan pelota. La triste diferencia es que aquí tenemos a uno de los dos partidos hegemónicos dispuesto a legitimarlos para gobernar. Todavía quedan observadores que se sorprenden del subidón electoral de ERC, cuando no se apenan al constatar las tendencias de la que fue la sociedad civil más culta de España. Sin embargo, este ascenso de un partido con tanta cercanía a los violentos fue la lógica consecuencia tras comprobar que ERC se convertía en un fuerza que llegaba al poder autonómico de la mano de los socialistas. Nada “dopa” más a un partido que sus expectativas de gobernar.
 
Uno de los condicionantes de la democracia española radica en el tan cercano pasado marxista de las fuerzas de izquierda, empezando por el PSOE. Tampoco es que en el resto de Europa abunden los partidos que asumieron la socialdemocracia desde su constitución, pero su conversión es mucho más lejana y los que la vivieron suelen estar bajo tierra o en el asilo.
 
En España el PSOE no nos llegó totalitario a los 80 por unos meses, y lo hizo a rastras. Este reproche puede sonar a pataleta de abuelo achacoso, pero el análisis de las motivaciones de cualquier partido no puede aislarse de sus antecedentes, sobre todo si son tan recientes. Tanto es así que lo primero que hizo el propio interesado fue levantar acta del pasado del que se consideraban herederos con sus inefables “100 años de honradez”. Que no habían sido tales, sino más bien un recorrido poco democrático y muy violento. Partido que se merece más que ninguno que lo relacionen con sus pecados de juventud por cuanto que nada gusta más al socialismo que el ejercicio de vinculación entre el PP y el franquismo.
 
Y es que la otra decepción de la transición fue la elección de sus representantes por los electores de izquierda. Los votantes conservadores postergaron a los partidos que “tenían pasado” o que se reclamaban depositarios del franquismo, y se volcó mayoritariamente en fórmulas balsámicas como la UCD o AP. Enfrente quedaron relegados sus equivalentes de nuevo cuño como podía ser el PSP de Tierno, echándose a los brazos de un PSOE de historia nada recomendable.
 
Incluso dentro del PSOE existen algunos bien intencionados que llegaron a la política directamente de la mano de la social-democracia y que todos tenemos en la mente. Pero son los menos, y la cantera no promete si hacemos caso a las cosas que se pueden oír en cualquier reunión de las Juventudes Socialistas. ¡Le pegan un susto al miedo!
 
Cuando llegó la hora de pactar la Constitución, al PSOE le quedaban demasiados reflejos adquiridos de años presididos por la doctrina de ofensiva contra el sistema establecido, que inspiraban a toda fuerza de izquierda radical. El Título VIII de nuestra carta magna no es otra cosa que un ejercicio de minado del Estado. Esa simiente que ahora cosechamos, hubiera sido otra si la UCD hubiera tenido un interlocutor honesto y con sentido de Estado, impidiendo la legitimación de partidos que nunca debieron salir de la caverna ideológica en que maceraban. El centro, como siempre, pecó de debilidad por acomplejamiento, pero la izquierda hizo lo que siempre había hecho y nada más.
 
Obviamente, el roce del poder durante más de una década puso agua en su vino y aburguesó sus prioridades. Incluso Felipe González aplicó una política económica relativamente ortodoxa a la vista del batacazo de Mitterand en 1981. Sin embargo, las actitudes bárbaras con las que regularmente nos obsequian solo se entienden mirando atrás. Tras ocho años de oposición, hemos visto con amargura como al olor de un poder posible han pisado el acelerador a costa de dividir a los españoles en su hora más trágica, y de la mano de una panda de locos. Cuando ZP llegó a la política escenificó una maneras sosegadas muy aliviadoras que, sin embargo, acabaron contradiciéndose con lo que luego fue su línea opositora.
 
Hace algo más de un año, Juan Pablo Fusi en una “tercera” memorable de ABC (4.12.2002), tras reconocer la ausencia de debate sobre los 100 millones de muertos en la cuenta del socialismo real, negaba asqueado al “anticomunismo de la derecha” del derecho “moral” a dicha revisión, que solo debía concederse a “la intelectualidad de izquierda”. Ahora hemos comprobado cuanta voluntad de revisión tiene la izquierda española. A la primera de cambio han vuelto a su ejercicio más tradicional, la criminalización del oponente democrático. Han convertido al PP en “asesinos”, mejor imposible. Solo queda esperar que las caras nuevas del gobierno traigan talantes nuevos, que ya es hora.
 

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