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Lucrecio

El miedo de Rodríguez

No hay política sin codificación del miedo; y de la esperanza. Una hipotética sociedad, en la cual ambas pasiones no existiesen, para nada precisaría de un Estado. No hay, por desdicha, verosimilitud en la hipótesis. Y empecinarse en fantasear acerca de su ineluctable advenimiento, como luminoso destino final de la historia, lleva sólo –es, por desdicha también, ya larga la experiencia— a las formas más crueles del Estado; a sus más insoportables absolutos. Las sociedades políticas reales son formas muy diversas de administrar el complicado equilibrio de temor y esperanza, sobre cuya continuidad fundamenta la nación su perseverancia en la identidad.
 
De nada sirve proclamar –como viene haciendo el Presidente Rodríguez— que nada tiene que ver con miedo alguno la decisión de replegar tropas. Como la de desplegarlas. Si el miedo no fuera el horizonte universal de las sociedades humanas, no existirían ejércitos. Al Estado corresponde administrar esa determinación material. Sin vanidad ni vergüenza. No es racional envanecerse ni avergonzarse de una necesidad tan ineluctable como los avatares meteorológicos. Sobre el Gobierno de turno recae el deber de administrar esa necesidad, en los términos más económicos para quienes pagan el suculento sueldo de sus políticos. A eso se reduce todo. En sociedades dotadas de garantías democráticas de control. Por supuesto.
 
Rodríguez ha hecho un cálculo: comprar la no agresión islamista en España. No es el primero en hacerlo. Europa inventó ese trueque, en los años setenta, para eludir los atentados de la OLP de Arafat y sus satélites en el continente. Eran los tiempos de la Guerra Fría, y funcionó por ello. La simbología de la no-alineación formaba parte de los tópicos de aquellos años. Funcionó, pues, su postulado cínico (pero no absurdo): asesina a isralíes y estadounidenses, querido Arafat; ellos son los enemigos de tus padrinos soviéticos; nosotros no estamos en esa guerra entre las dos potencias hegemónicas. Cínico, sí. Pero no absurdo.
 
¿Puede funcionar ahora un cálculo paralelo? El muro cayó en el 89. Fue el fin de la Guerra Fría. De los flecos de aquélla (estúpidamente no borrados) surgió ésta. Sólo que ésta ha dado en ser una guerra de religión. De religión. Guerra Santa, en la cual el Islam exige la liquidación total de los infieles. Si el penoso Rodríguez de ayer tarde espera poder parar una yihad a golpe de reverencias y propinas a Al Sadr, Arafat o Hasán, es que es aún más ignorante de todo cuanto aparenta. O que tiene aún más miedo. O ambas cosas.

En España

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