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Amando de Miguel

¿Hablando se entiende la gente?

Está de moda el dicho sanchopancesco de que “hablando se entiende la gente” ¿Seguro? También sucede que hablando no nos entendemos.
 
Adriana Gámez, mexicana residente en Barcelona, se sorprende de que, al hablar en español, le contesten algunos en catalán. La razón que le dan es que de esa manera “se va a incorporar mejor a la comunidad catalana”. Es como si en México preguntara uno en español y le respondieran en náhuatl, la lengua antiquísima que hablan dos millones de personas. ¿El visitante se integraría así mejor en México? La regla de oro, cuando funcionan varios idiomas, es emplear el que menos desgaste mental produce. Esa regla no siempre se sigue en Cataluña, no sé por qué. O sí sé por qué, que diría Rajoy.
 
Ignacio  Pérez Martínez sostiene que en México “se habla un español bastante degenerado”. No es mi impresión. Al contrario, el español de México es riquísimo, “padrísimo”, como dicen ellos. Mi comunicante aduce la fórmula mexicana de “ir por él” cuando debe decirse “ir a por él”. De acuerdo, pero ¿se debe decir “ir por uvas” o “ir a por uvas”? En principio, chirría un poco lo de dos preposiciones seguidas, pero en la práctica lo de “a por” se permite. Recordemos el famoso eslogan de “A por los 300” (diputados) que empleó la CEDA en 1933. No será muy correcto el “a por”, pero resulta muy colorista. En este caso los mexicanos se mantienen en la ortodoxia académica. No siempre es lo aconsejable. También los quesos secos pueden verse como una degeneración de su materia prima.
 
Víctor Mayor tiene dudas sobre las expresiones del tipo de “no hay nada”. Sugiere que lógicamente esa frase equivale a decir que “hay algo”, esto es, lo contrario de lo que se quiere decir. Lo que pasa es que hay otra lógica. Un español oye decir “no hay nada” y entiende que se describe un vacío. Ese “nada” no funciona como una negación sino como un refuerzo. “No tengo ropa” indica una carencia, pero “no tengo nada de ropa” es todavía más lastimero. Hay que tener mucho cuidado con los refuerzos. Si se abusa de ellos, se hacen engorrosos. Ana Remesal me indica lo cansina que resulta la muletilla “lo que es”. Tiene razón. Recuérdese el discurso de investidura de Zapatero. Repitió docenas de veces “lo que es”, “lo que son”, “lo que representan”, etc. Era para desesperarse. Y encima el hombre es natural de Valladolid. No hay derecho a destrozar el idioma castellano de esa manera. El giro “lo que es” puede tener su gracia cuando se sabe administrar. Por ejemplo, cuando se refiere al encuentro con un accidente geográfico peculiar o inesperado. “Para entrar en Cádiz hay que atravesar la zona de lo que son las marismas o cenagales”. Pero, fuera de esa circunstancia, lo mejor es huir de ese vulgarismo. Solo sirve para alargar innecesariamente el discurso, algo que los políticos deberían evitar.
 
José Luis Pérez Fuentes me sugiere que, en estos comentarios, no diga “se debe” decir así o asao, sino que “prefiero decir” o “me gusta más”. Acepto la corrección fraterna, pero hay veces en que hay que echar mano del deber ser. No es un ordeno y mando, sino una cuestión de gusto. Por lo mismo, se debe conducir por la derecha o se debe duchar uno con alguna frecuencia. Es claro que no se debe decir “haiga” o “han habido”. Pero, repito, no se tomen esas opiniones como prescripciones autoritarias. Simplemente, uno ama la lengua heredada y se apresta a cuidarla. Es un patrimonio que no paga impuestos, aunque no quiero dar ideas.
 
 
 

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