François Truffaut decía que un pesimista es un optimista con experiencia. Y eso es precisamente lo que le falta a Carlos Queiroz, experiencia, mucha experiencia, ríos de auténtica experiencia que, por cierto, no creo que pueda adquirir ya en el Real Madrid. El portugués se irá de aquí tal y como vino, desnudo, virgen o, como solía indicar con hiriente gracejo un profesor mío de latín, "in puris naturalibus, cual tabula rasa". Será el suyo un viaje similar al que protagonizara en su día Benito Floro, un inevitable trayecto de ida y vuelta. Pero lo de C.Q. es de psicoanálisis. El sábado, antes de que su equipo cayera derrotado ante el "Deportivo B", continuaba diciendo que pensaba seguir un año más. Y, a pregunta de un periodista sobre una posible derrota en Riazor, comentaba: "no hablo de fantasías".
El objetivo del Real Madrid, que en el mes de septiembre era ganar las tres competiciones de "alto standing", ha encogido hasta quedar ridículamente reducido al subcampeonato liguero... Si Queiroz sigue pensando que puede seguir un año más en el Madrid, no es que sea un optimista, no, es que es un auténtico tonto de baba de babero. Si es verdad, como dijo Raymond Aron, que "el optimismo es usualmente el producto de un error intelectual", Florentino Pérez cometió uno de profundo calado. Trayéndose al segundo entrenador del Manchester United quiso demostrar que a este Real de los galácticos podía dirigirlo cualquiera, el primero que se encontraran por la calle, menoscabando de paso la labor llevada a cabo por Vicente del Bosque.