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Amando de Miguel

Lo de Cataluña

Lo de Cataluña no tiene fin ni remedio. Si tuviera que contestar a toda la correspondencia que me llega, necesitaría todo el espacio de LD. Hace unos días estuve en Barcelona con los de la prestigiosa Sociedad Cervantina (Acción Cultural Miguel de Cervantes) fungiendo de conferenciante, como dicen ellos, tan finos. La ocasión era el prestigioso premio Dulcinea que me habían otorgado y les di una charleta sobre mi último libro (Sancho Panza lee el Quijote). Pero al final tuvimos un resopón hasta las tantas hablando de lo que les inquieta: la dramática situación de la enseñanza del castellano y en castellano. ¿No podrían poner un Instituto Cervantes en Barcelona, como lo hay en Pekín o en Moscú? Hagan algo los del PP; de lo contrario se potenciará en Cataluña un partido de los que se sienten, ante todo, españoles. No es un sentimiento raro. En Zamora o en Madrid muchos nos sentimos también españoles, por encima de otras identificaciones.
 
Me escribe Albert Canudas, de Mataró. Me reprocha que yo “considere un disparate” el detalle de que José Antonio Durán leyera un poema en catalán como colofón de su intervención en el debate de investidura de Zapatero. No dije que fuera un disparate. Fue más bien una falta de tacto, pues estaba defendiendo a los discapacitados, y los sordos se quedaron a verlas venir con la lectura del poema en catalán. Simplemente, el traductor para sordos no sabía catalán y se quedó parado. Parece razonable que en el Congreso de los Diputados se utilice exclusivamente el español por dos potísimas razones: (1) Es la única lengua oficial en toda España. (2) Es la única lengua que hablan y entienden todos los diputados y todos los españoles.
 
Otra reprimenda que recibo de don Albert es que, al enunciar los idiomas españoles menciono el catalán y el valenciano. Pero ¿cómo? ¿es que yo no sé que el valenciano es un dialecto del catalán? Mire usted, don Albert, pónganse de acuerdo valencianos, baleáricos y catalanes para organizar una Academia de la Lengua. Dios me libre de afirmar que el valenciano es la misma lengua que el catalán. Francamente, es lo que a mí me parece, pero, si digo tal cosa, mi ordenador se atascará con los “emilis” de los valencianos. Mi intención no es la de “fragmentar” el idioma catalán, como me acusa don Albert. ¿Qué autoridad tengo yo para fragmentar una lengua? Respecto a la mía, si un argentino quiere llamarla argentina y no española, allá él. No me voy a incomodar. Algo les pasa a los catalanes respecto a su lengua. Los veo alterados.
 
Un catalán, con el pseudónimo de VMarion duda de que el castellano esté en peligro en Cataluña. Argumenta: “Todos en Catalunya sabemos hablar el castellano y sin necesidad de aprenderlo especialmente”. ¡Qué listos! Pues yo sigo aprendiéndolo. El castellano es para ustedes la lengua de comunicación (no tienen otra). Por tanto, deberían aprenderla todos en la escuela, no solo en la calle.
 
Son innúmeros los corresponsales que me censuran la voz “castellanoparlante”, pero a  mí me gusta más que “castellanohablante”. La ventaja del castellano es que puedo decir indistintamente “parlante” o “hablante”. Esa vacilación léxica es una bendición. Así que, a pesar de su amable consejo, don Manuel Fuentes Susías, de Tomelloso (Ciudad Real), seguiré prefiriendo “castellanoparlante”. Ese sonido oha de “castellanohablante” no me gusta nada, no sabría decirle por qué. Quizá es que prefiera parlar que fabular (de donde “hablar”). Sí, ya sé, que se dice despectivamente parlanchín, pero no menos desprecio se concede a las habladurías, al bla-bla-blá.
 
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