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Juan Manuel Rodríguez

El gris no es el color de Jesús Gil

Es inevitable que, mientras Jesús Gil lucha por su vida en una habitación de la Clínica CEMTRO de Madrid, me vengan a la cabeza mil anécdotas personales relacionadas con el dueño del Atlético de Madrid. Como aquella vez que me concedió una entrevista -trabajaba yo por aquel entonces en El Independiente- en su despacho del Club Financiero Inmobiliario tras la eliminación de su equipo ante el modestísimo Timisoara rumano. Gil ya acusaba en 1990 (y desde 1987) a sus futbolistas de "pedir por respirar" y ajustarse a su contrato, pasara lo que pasara.
 
El equipo lo entrenaba Tomislav Ivic, un hombre sonriente, pizpireto y amable a quien Gil contrató sólo porque le había "transmitido buenas vibraciones" tras mirarle fijamente a los ojos, pero tenía Jesús castigada en un rincón una lámpara enorme y muy fea que representaba a un faquir indio delgadísimo, famélico, hasta el punto de que casi se le fugaban las costillas del cuerpo... "¿Ves?", me dijo, "ahí tengo quietecito a Menotti". Creo que fue también a lo largo de aquella sorprendente entrevista cuando Gil me dijo "chaval, ¿tú sabes lo que es el comunismo?"...

Estaba un día entrevistándole Pedro Pablo Parrado en los estudios centrales de Radio 16, justo enfrente del edificio de la Cadena Ser, cuando Gil me vio pasar por la "pecera" y soltó "¡mira quién pasa por ahí, Parrado, vaya peligro tiene el pequeñín!"... Otra vez, en Canal 7 Televisión, me cruzaron telefónicamente con él y, después de criticarle por sufrir de "madriditis" aguda, preguntó en antena "¿pero ése quién es?", y a mí no se me ocurrió otra cosa que responderle "¿y usted?... ¿quién es usted?". Podrán decirse muchas cosas de Jesús Gil menos que no diera siempre la cara o se arredrara ante ningún periodista. La última vez que coincidí con él fue en Telemadrid; iba yo muy trajeado para la ocasión y, en cuanto me vio, exclamó "¡pero qué elegante vienes hoy!".

He entrevistado muchas veces a Jesús Gil a lo largo de estos últimos diecisiete años. Lo he hecho en cuatro emisoras de radio diferentes, y nunca rehuyó el combate. Eso sí, me ha cogido el teléfono en los sitios más insospechados que uno pueda pensar; el último que recuerdo fue en la piscina de su casa de Marbella mientras escuchaba un disco del grandioso tenor italiano Luciano Pavarotti ("¿lo oyes, lo oyes?"), pero hubo muchos más: en medio de una corrida de toros, antes de asistir a una boda, nada más concluir un mitin del Grupo Independiente Liberal... Incluso le dio un beso en directo a una de sus nietas antes de que se fuera a dormir a la cama, o regañó a su hijo -"¡Calan, cuelga, que estoy yo!"- mientras charlábamos. Un espectáculo.

Mientras Jesús Gil lucha por su vida, pienso que el fútbol ya no sería lo mismo sin él, por lo menos para los periodistas deportivos. Ya no habrá más "Castresanas", ni tampoco más "Arteches", ni más "buitreros". Durante quince años ha sido el factótum de uno de los clubes más grandes de Europa, látigo de árbitros y martillo de la UEFA, la FIFA y la Federación, introductor de "contratos polinómicos", hombre rojiblanco, rojo, azul, verde, amarillo, pero nunca gris. Todos menos el gris. El gris no es el color de Jesús Gil y Gil. ¡Suerte, presidente!

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