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Amando de Miguel

Los nombres de las cosas

Saber lo que significa cada cosa, qué tarea tan admirable. Vamos a ver si entre todos nos adentramos por la jungla del lenguaje. Jaime López Ortega me plantea la diferencia entre jurar y prometer. Con el Diccionario en la mano estamos ante dos acciones muy próximas, casi intercambiables. En ambos casos se trata de decir solemnemente que uno va a decir o hacer algo noble en el futuro. Pero el compromiso del juramento es algo más enfático, solemne. Jurar está emparentado con lo jurídico, el Derecho. Prometer es poner por delante la palabra de uno. A mí lo de “prometer guardar la Constitución” me sabe a poco. Es cosa de los scouts y afines. En cambio “jurar la Constitución por Dios” me suena a un compromiso más serio. Pero, en fin, la distinción se ha convertido en un rasgo estético o ideológico. Juran las personas con una idea conservadora de la vida, un talante maduro. Prometen las personas que se saben de izquierdas o progresistas, aunque para mí suelen ser más bien inmaduras. Los Reyes de antes juraban los fueros, no los prometían.
 
Francisco Muñoz de Escalona, de Oviedo, me reconoce mi idea de que “la polisemia es la sal del idioma”. Pero me apostilla que, en ocasiones, el exceso de sal puede estropear el guiso. Tiene razón. Por eso el estilo de escribir es un arte como el de cocinar. Me plantea que las palabras con múltiple sentido resultan problemáticas en el uso científico. Cierto es. Por eso la ciencia lucha por establecer definiciones precisas, matemáticas incluso. Pero también es verdad que los científicos hacen avanzar el conocimiento porque van dando nuevas definiciones a los antiguos conceptos. No es lo mismo la “electricidad” para un físico actual, para Volta o para los griegos de hace 2.500 años. No digamos la palabra “átomo”, que quiere decir “indivisible”. Es un homenaje a la Grecia clásica. Incluso el “universo”, ¿podríamos asegurar que es solo uno? Quite, quite don Francisco, la polisemia es esencial al lenguaje, incluso al científico. Es más, sospecho que si las palabras pudieran tener un solo significado cada una, no hablaríamos. Piense lo que le digo. Ahí está la clave de por qué los humanos hablan.
 
Lo malo no es que una palabra signifique dos cosas sino que el mismo significado se incorpore a dos palabras. Francisco Javier González Priego hace a este respecto una atinada observación. El Diccionario oficial acoge requisito (“circunstancia o condición necesaria para algo”) y prerrequisito (“requisito previo”). Dice  bien mi corresponsal que la incorporación de prerrequisito es un anglicismo inútil, un “torpe vulgarismo”, un “grosero anacoluto”. Y concluye: “Por este camino, acabaremos haciendo el Diccionario de la Lengua de Manolito Gafotas”.
 
Ángel Antón Oliva califica de “no meditada” mi afirmación de que en Barcelona prohíben la fiesta de los toros porque es española. La medito un poco y vuelvo a la misma conclusión: si no es por el odio a los símbolos españoles por parte de los nacionalistas, no encuentro otra explicación de ese desmesurado ucase. Don Ángel aporta el dato de que en Canarias también se prohíben los toros. Más a mi favor. Cuando hay pocos elementos decisivos para reafirmar el nacionalismo, hay que llegar a ese ridículo. Por la misma razón los nacionalistas abominan de la bandear española. Eso es mucho más grave, claro está.
 
Lluis Carreras insinúa que yo me sitúo en la ultraderecha por sostener el argumento de los toros. Nada más opuesto a mi forma de pensar que lo que se llama ultraderecha, que yo percibo muy próxima a la ultraizquierda. Don Lluis considera “cavernícola” la idea de “matar a un animal en público por disfrute del personal”. Yo también, pero es que la fiesta de los toros no es eso. En todo caso, esa crueldad sería la de algunas fiestas de Cataluña (dice mi corresponsal; yo añado, y fuera de Cataluña) en las que se corren los gallos. La lidia es otra cosa. No soy particularmente taurófilo pero entiendo lo que significa la fiesta de los toros. Para empezar, es la lucha entre la inteligencia del hombre y la fuerza y la inteligencia del toro. Todo sometido a un rito cultural y a una estética, que hoy más bien parece del siglo XVIII. Hay pocas tradiciones tan específicamente españolas como la fiesta de los toros (que no de los toreros). Claro que también es muy español lo de ser antitaurino. Acción y reacción, ya se sabe. Señalo para terminar que el toro bravo es una especie genéticamente creada por los españoles para esa función ritual. No deja de ser un prodigio de la selección haber conseguido un herbívoro que ataque al hombre. Ahí es donde se demuestra que el toro no mata para comer (como los carnívoros), sino para hacer daño. De ahí la grandeza de la lucha contra el hombre. Los toros sustituidos por tigres harían de la fiesta un mamarracho. Don Lluis, el espectáculo de los toros es aproximadamente lo contrario de lo que usted imagina. Lo siento por su nesciencia en esta materia cultural.

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