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Querría este gobierno que Aznar enmudeciera y, a poder ser, se encerrara en su casa sin teléfono ni internet. Es comprensible, no resisten la comparación. Y aunque el hombre viajara amordazado, su sola presencia pública les recordaría algunas cosas aun a los más olvidadizos: por ejemplo, que se ha retirado voluntariamente; por ejemplo, las turbias circunstancias en que su partido perdió el poder. O su deslumbrante gestión económica. O cómo frustró el encastillamiento de Europa retratando a Chirac ante el mundo.
 
Existe un contraste asombroso entre el reconocimiento al estadista por parte de amigos y adversarios internacionales y el insulto constante a la caricatura, la cosificación aniquilante que practica en España la punta de lanza de la plutocracia antisistema, los jefes del guiñol, los imitadores que, encarnando a su fantasma, permiten el linchamiento simbólico y hasta la insinuación muy poco sutil de su eliminación física. Si hemos de creer a Ussía –y yo, desde luego, no encuentro ningún motivo para no hacerlo– la caricatura ha llegado a sustituir al Aznar real incluso en la mente de la ministra de cultura. “El enano fascista del bigote”, le habría llamado en una reunión con cineastas. Espero la confirmación definitiva de la anécdota para señalar en cuál de los tres atributos de que consta el improperio la deslenguada se parece al objeto de su rencor.
 
Ahora toca linchar al ex presidente por la “deslealtad” de verter en EEUU las mismas opiniones sobre la guerra y el terrorismo que el planeta entero le conoce. En el papel de Charles Lynch, Pepiño Blanco, y de reparto el equipo lacerante habitual. Hay que echarle unos dídimos de titanio para hablar de deslealtad en el partido del one, que sigue nutriendo o inspirando al aparato socialista a través de ese cordón umbilical o demiurgo que se llama Rubalcaba.
 
El ex decente dijo en México que si hubiera sido por Suárez no se habría elaborado una Constitución en España. Toma lealtad. El hijo de don Adolfo le dedicó una carta pública de lo más sabroso. No ha dejado de dar conferencias y charlas en Hispanoamérica desde que el pueblo español decidió prescindir de sus servicios. Allí ha creado una extraordinaria red de contactos mientras cobraba del Congreso por no ir. Interfirió en la crisis diplomática con Cuba enterándose antes que el gobierno de Aznar (directamente por Fídel Castro) de que a nuestro embajador José Coderch le iban a retirar el plácet. ¿Qué entenderán los socialistas por lealtad? Pues eso. Ah, y lo de Zapatero en plena crisis con Marruecos en plan de nuevo Conde don Julián, también una cosa muy leal y muy patriótica.
 

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