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Guillermo Rodríguez

Charlar y chatear

El despido de una secretaria por dedicar dos horas diarias de su jornada laboral a chatear tiene parte de lógica. Es lo que sucede cuando te dan la mano y coges el brazo, hombro y parte del cuello. Más sentido tiene aún cuando en el anexo de su contrato laboral “autorizaba” a la empresa a supervisar periódicamente los listados de llamadas telefónicas realizadas y páginas web visitadas. Al margen de que ese “autorizaba” debería cambiarse por un “no tuvo más remedio que autorizar” (o firmas o te vas a la calle), el caso pone de manifiesto la incoherencia que define a la mayoría de las empresas españolas.
 
Cualquier pérdida de tiempo derivada del uso de Internet y sus variantes (mensajería instantánea, correo electrónico) es punible. Sin embargo, suele hacerse la vista gorda cuando un empleado: utiliza el teléfono media hora diaria por cuestiones personales, dedica otro tanto acodado en la máquina de café, pierde entre 15 y 20 minutos divagando con los compañeros acerca de la aparición de agujeros negros en la galaxia futbolística, sale al pasillo para fumar (seamos benévolos) seis cigarrillos por jornada –cinco minutos por pitillo, media hora- o emplea 20 minutos a intercambiar con sus compañeros comentarios triviales (cuántas series de abdominales realiza en el gimnasio, cómo dormir al niño insomne, la barbacoa del fin de semana…). Entre unas cosas y otras se evaporan las dos horas diarias que han motivado el despido.
 
Desconozco el caso exacto de la secretaria internauta. Puede que además de perder el tiempo chateando se tomara un largo café, llamara a su familia por teléfono, fumara diez cigarros diarios y charlara con su compañera sobre el alto precio de la vivienda. O puede que no. También pudo suceder que, mientras sus colegas mataban la tediosa jornada laboral platicando en el pasillo, ella no levantara la vista del chat. Si fuera así el castigo habrá sido injusto: además de despedirla a ella deberían dejarnos en la calle a casi todos los trabajadores de este país. Charlar o chatear, esa es la única diferencia.
 

 
La pasión de Cristo, el último filme de Mel Gibson, ha tenido buena aceptación en Internet. Hasta 36.000 copias piratas de la película circularon gratuitamente por las redes de intercambio durante el mes de abril. Los datos han sido proporcionados por la firma californiana BayTSP, cuyos principales clientes (vaya casualidad) son los estudios de cine y las compañías discográficas. El informe señala que 21 Gramos fue la segunda película más distribuida, mientras que Buscando a Nemo se cuelga el título de PMPA (Película Más Pirateada del Año). A Hollywood no debería inquietarle tanto la cantidad como la calidad. En pocos meses se ha producido una mejora notable en la imagen y audio de las películas piratas. Eso sí es preocupante.
 

 
A pesar de los estragos causados por Sasser y sus variantes, los virus no son lo más peligroso, subrayan los expertos en seguridad informática: los programas espía (spyware) y el robo de contraseñas y datos personales (phising) son los que mayores quebraderos de cabeza provocarán a corto y medio plazo. Evitar y paliar los daños causados por el spyware es responsabilidad del internauta. Si se cuela en su ordenador es porque lo permite: la mayoría de los programas espías vienen incorporados a programas gratuitos como Kazaa. Tendrá que ver el usuario si le compensa o no descargarlos o no.
 
Sin embargo, la erradicación del phising es tarea que atañe a usuarios (poco) y empresas (mucho). Los primeros deben aplicar la lógica: no responder a correos electrónicos –ni siquiera de la entidad bancaria donde depositan sus ahorros– que solicitan el número de cuenta bancaria. ¿Acaso si se presenta un hombre en su casa asegurando que es de su banco le facilita los números bancarios? Lo malo es que tengamos que ser los usuarios lo que debamos colocarnos el escudo. Porque corresponde a las grandes empresas, fundamentalmente a los bancos, dotar de sistemas de autenticación seguros que hagan creíble y útil la firma digital.
 

 
Una de las subastas en la que se alquilaban balcones ubicados en la Puerta del Sol para contemplar el paso del Príncipe de Asturias y Letizia Ortiz el día de su boda, ha quedado desierta. Cero pujas. ¿Acaso es que los internautas están impregnados de espíritu republicano? Más bien parece que desembolsar 300 euros por observar a la pareja diez segundos no merece, ni mucho menos, la pena.
 

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