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Guillermo Rodríguez

¿Otro mundo sin Explorer es posible?

¿Qué podría impulsar a una persona a decantarse por una televisión en blanco y negro pudiendo quedarse con una a todo color? ¿Sería lógico que ante la tesitura de elegir un regalo alguien escogiera un Seat 127 y desechara el último modelo de Ferrari? ¿Qué motiva a millones de personas a utilizar Explorer existiendo decenas de alternativas (gratuitas) infinitamente mejores?
 
El 95 por ciento de los internautas se maneja con el navegador de Microsoft, circunstancia que no deja de causar asombro. ¿Qué necesidad existe de navegar a pedales pudiendo surcar la Red en un fuera borda?
 
Entiendo que los usurarios poco duchos en Internet recurran al Explorer: viene incluido por defecto en Windows, lo que les lleva a pensar que no existen otras opciones. A priori ningún pero, ya que el navegador de Microsoft cumple su función perfectamente… siempre y cuando se conozca poco Internet y las herramientas que existen para navegar. Al fin y al cabo, cuando uno se acaba de sacar el carné de conducir le sirve un vehículo que la mayoría mandaría al desguace. Pero, cuando tiene que coger el coche todos los días, conducir una carraca le puede generar verdaderos quebraderos de cabeza. Por eso resulta inconcebible que millones de internautas activos, que tienen su programa de mensajería instalado e, incluso, disponen de una bitácora, mantengan esa férrea fidelidad a Explorer.
 
Tal vez el problema resida en creer que ser usuario avanzado implica conocer las alternativas a Explorer, como Opera o Firefox (Mozilla). No son las únicas: hay más de cien.
 
Existen siete parámetros para evaluar la conveniencia o no de un navegador: instalación, interfaz, prestaciones, tamaño, rapidez, seguridad y adaptación a estándares. Sólo en el último sobresale Explorer. El hecho de que lo emplee el 95 por ciento de los usuarios ha fomentado que muchas páginas estén pensadas y diseñadas para visualizarlas con Explorer. No es que sea una cualidad del navegador; es que los diseñadores web le han allanado el camino para que destaque en ese aspecto.
 
En todos los demás apartados Explorer no llega a la suela de los zapatos de sus competidores. Porque, en cuestión de seguridad, no cabe duda de que su uso es lo más parecido a cruzar un callejón a las cinco de la mañana con un fajo de billetes pegado a la frente. Su código está tan horadado que lo extraño es que pase una semana sin que se cuele algún virus. Su seguridad tiende a cero por mucho que desde la compañía traten de convencer de lo contrario.
 
También es cierto que su velocidad es más que aceptable… siempre y cuando no se haya utilizado otro navegador. Sólo cuando uno se instala alguna de las alternativas comienza a darse cuenta de los minutos que ha perdido esperando a que se descargara una página web con Explorer. Opera, por ejemplo, es cinco veces más veloz.
 
Defecto igual de molesto es que apenas permita al usuario controlar el navegador. Si Explorer viene instalado por defecto en Windows, la mayoría de las opciones de uso también se imponen por defecto.
 
Sin prisa pero sin pausa, Opera y Firefox tratan de hacer un poco de sombra a Explorer incorporando prestaciones que permiten olvidar al navegador de Microsoft con la facilidad con la que los enamorados despechados rompen sus fotografías. Las pestañas para abrir varias páginas en la misma ventana son el colmo de la sencillez de uso; la posibilidad de cambiar la apariencia del navegador, una batalla ganada a la monotonía; el correo electrónico incorporado (Opera), la mejor forma de parapetarse ante los centenares de virus que llegan a Outlook; y los gestores de pop-ups, la constatación de que la barra de Google es innecesaria por redundante.
 
A fuer de ser sinceros, debe reconocerse que instalar alguna de las alternativas a Explorer implica sus riesgos. El más común es el sufrir un golpe de amnesia. A los pocos días todos los usuarios de Opera y Firefox responden igual: “¿Explorer? Sí, me suena de algo…”.
 
 

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