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Representantes de Amnistía Internacional, organización que exhibe anualmente su superioridad moral con un informe mundial, han denunciado la actuación estadounidense en la última guerra y posguerra de Irak como el mayor atentado contra los derechos humanos ocurrido en medio siglo. Se impone recordar algunas cosas.
 
Hasta mediados de la década de los ochenta, unos cincuenta millones de chinos habían conocido el laogai (algo así como “en ninguna parte”), una red de más de mil campos de trabajo donde morirían encarceladas veinte millones de personas. La Gran Revolución Cultural Proletaria y su oleada de asesinatos empezó en 1966. Los campos de la muerte de Vietnam duraron hasta 1988. Centenares de miles de boat people habían perecido años antes. Las grandes matanzas de Camboya tuvieron lugar a finales de los setenta; entre dos y tres millones de personas fueron asesinadas por los jemeres rojos, entre ellos todos los que llevaban gafas o los que eran médicos; por llevarlas y por serlo. En Cuba, el Che Guevara hizo fusilar, para inaugurar su pútrida revolución, a dieciséis mil personas. Desde entonces la isla entera es una cárcel, un espacio impune de represión y tortura cuyo único territorio visible para Amnistía Internacional es Guantánamo. En Sudán las terribles matanzas tienen lugar ahora mismo. La cobardía de la ONU, y en particular de su Secretario General (que ha reconocido el error) desencadenó hace unos pocos años las masacres tribales en el África Central, con más de un millón de muertos. Sadam Husein hizo torturar y asesinar a centenares de miles de personas hasta que fue felizmente derrocado. El régimen talibán, con sus reglas demenciales, también arroja su siniestra sombra en la etapa histórica analizada.
 
Todo lo anterior, y más, ha ocurrido en el último medio siglo. Pero los elegidos (por nadie) que se erigen en conciencia de la civilización, los superiores a nosotros, los que se han arrogado el derecho a señalar con el dedo y emitir en su ilusorio tribunal sentencias que la prensa democrática amplifica, insisten en que el mayor ataque contra los derechos humanos en el mundo durante los últimos cincuenta años ha sido la actuación de la Administración Bush en Irak.
 
La organización no puede desconocer todo lo anterior, así que, con su Nobel de la Paz, miente a conciencia. Y escupe sobre millones de víctimas del comunismo y otros totalitarismos. Su mentira es tan flagrante que a partir de ahora resultará imposible creer en la buena fe de sus máximos responsables, que desean para occidente una memoria parcial: Amnesia Internacional.
 

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