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Agapito Maestre

La autonomía del Instituto Cervantes

Estimada ministra: Seguí por Internet con sumo interés la toma de posesión del nuevo director del Instituto Cervantes. La ceremonia resultó correcta, aunque me pareció exagerada tanta camaradería entre políticos e intelectuales. Las identificaciones entre las llamadas “fuerzas de la cultura” y la izquierda política en el poder empiezan a ser más que preocupantes, totalitarias, me dice un buen amigo, que trabajó durante años en la casa de las siete chimeneas. Trato de tranquilizarlo con un poco de dejadez intelectual y le espeto prudentemente: creo que aún es pronto para compartir tu diagnóstico. Por cierto, mi amigo, un viejo luchador antifranquista está, como ya le comenté en otra misiva, muy interesado en conocerla y contrastar con usted su singular concepción de la cultura de España. No lo olvide, amiga, podría serle de gran utilidad para su labor de gobierno conocer las opiniones de un luchador por la democracia.
 
Pero volvamos al ambiente de la toma de posesión del nuevo gestor del Cervantes. Tengo que reconocerle, y no piense que esto es un cumplido, que entre todos los asistentes usted destacaba con luz propia. Mientras que la mayoría de ellos estaban un poco encorsetados, y quizá esperando alguna prebenda del nuevo director, usted parecía dominar con brillantez la puesta en escena. Créame si le digo que fue para mi una sorpresa, después de las críticas que ha recibido, hallarla en este acto tan relajada y, en algunos momentos, hasta simpática. Felicidades, amiga, por su actitud el día de la toma de posesión del director del Instituto Cervantes. Y, por supuesto, felicidades por nombrar, o haber colaborado en su selección, a un poeta para dirigir una de las máximas instituciones culturales de nuestra Nación. Me alegro, de verdad, porque los filósofos platónicos, al menos en la tierra de los poetas, hayan sido vencidos una vez más. Lejos queda el tiempo en que los poetas eran expulsados de la ciudad por su incapacidad para la gobernabilidad. Además, está bien qué un poeta suceda a otro poeta, y si éste es mejor que el anterior, según reconocen los críticos, mejor que mejor.
 
Los discursos, sin embargo, no me gustaron. Me parecieron más propios de mitin partidista que de propuestas institucionales, más de políticos que quieren antes contentar a sus socios independentistas que afirmar la cultura española como signo de identidad de una gran nación. La ideología borró, desgraciadamente, a la cultura. Dirá usted, acaso con razón, que mi parecer limita con las reglas mínimas de cortesía del estilo epistolar. Posiblemente, pero por amor a mi cultura, y por mostrarle alguna señal de mi amistad cívica hacia su persona, prefiero practicar la desconfianza y la sospecha que la lisonja cuando escucho promesas de los políticos. No puedo dejar analizar críticamente los discursos públicos, pues, como me enseñara el olvidado Rafael Dieste (a quien conoce bien el nuevo director del Cervantes), la perfecta desconfianza puede funcionar como una confianza despierta, no como una absoluta desconfianza.
 
Espero, pues, con la confianza del creador de “La vieja piel del mundo”, que el Instituto Cervantes abandone cuanto antes la tentación de convertirse en un órgano de agitación y propaganda del gobierno de turno, especialmente de su política exterior, para convertirse en el verdadero embajador de la cultura de España, y de lengua española, en el mundo. Como ve, estimada Carmen, espero del Instituto todo lo contrario de lo que usted expresó, cuando conminó al director a que se atuviese a las directrices emanadas del presidente de Gobierno y el ministro de Asuntos Exteriores. Es duro, pero eso es exactamente lo que dijo: “El rumbo del Instituto Cervantes depende del que tome nuestra política exterior y, por tanto, del que marque nuestro presidente del Gobierno y nuestro ministro de Asuntos Exteriores”.
 
Por favor, ministra, mientras diseña y prepara una genuina política cultural para que todos los españoles podamos seguir creciendo con nuestras tradiciones y culturales, concédale un voto de confianza a la autonomía de la cultura de España para exportarla al resto del mundo sin necesidad de recurrir a la ideología de un determinado partido.
 
Con el aprecio de siempre, quedo su afectísimo amigo.
 
 
 
 
 

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