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EDITORIAL

Reagan y los 60 años del desembarco de Normandía

El azar ha querido que vengan a coincidir el sesenta aniversario del desembarco de Normandía y la muerte del ex presidente norteamericano Ronald Reagan.

El azar ha querido que vengan a coincidir el sesenta aniversario del desembarco de Normandía y la muerte del ex presidente norteamericano Ronald Reagan. Si aquella proeza militar liderada por los norteamericanos hace sesenta años supuso el principio del fin de la tiranía nazi en Europa, la llegada de Reagan a la Casa Blanca supuso el fin del expansionismo planetario del comunismo y el detonante de su colapso.

Si europeo es el invento de esas dos ideologías totalitarias que, como el comunismo y el nacionalsocialismo, tanto han hecho padecer a Europa, americano fue el apoyo sin el cual Europa jamás podría haber recuperado la libertad ni ser lo que es hoy en día. Si como ha subrayado Chirac, "Francia jamás olvidará" a esas decenas de miles de soldados norteamericanos que dieron su vida por liberar a ese país y al resto de la Europa ocupada por Hitler, tampoco Europa debería regatear agradecimientos a un líder político que, como Reagan, simboliza como ningún otro el incruento fin de la guerra fría y el desplome de ese comunismo que durante tantas décadas dividió, subyugó y amenazó a Europa.

Si mucho es lo que el viejo continente debe a EE UU en general, mucho es lo que le debe a la política exterior de Ronald Reagan en particular. Cabe especialmente recordar el despliegue de los nuevos mísiles de alcance medio (los euromisiles) que, auspiciados por este gran presidente norteamericano, vinieron a contrarrestar la amenaza que para Europa occidental constituían los SS-20 soviéticos. O que fue ante el Muro de Berlín, símbolo no sólo de la división de Alemania sino de toda Europa, donde Reagan, con su célebre "Señor Gorbachov, haga caer este muro!", incitó al entonces mandatario soviético a que diera muestras prácticas de su compromiso con la paz. Europa —tanto la amenazada como la subyugada por el comunismo— fue la gran beneficiada de su Iniciativa de Defensa Estratégica (o Guerra de las Galaxias), orientada a desarrollar nuevas armas que garantizaran la superioridad tecnológica occidental en un eventual conflicto nuclear con la Unión Soviética. Aquel programa defensivo promovido por Reagan fue el detonante del colapso de la URSS, pues su estancamiento económico le impedía seguir el ritmo impuesto por aquel presidente norteamericano. Esto no sólo obligó a la URSS a firmar acuerdos de desarme nuclear, sino también a permanecer impasible mientras los países de la Europa del Este se liberaban de la tiranía impuesta décadas antes por el Ejército Rojo.

Si con ocasión de la muerte de Reagan y del 60 aniversario del Desembarco de Normandia hemos recordado la lacra del comunismo y el nazismo para destacar lo imprescindible que ha sido para Europa el vínculo y la alianza con los EE UU, no menos habría que hacerlo ahora ante la nueva amenaza totalitaria que, de la mano del integrismo islámico, se cierne sobre el mundo libre. Es cierto que ningún país europeo ha recibido un zarpazo tan brutal del terrorismo islámico como el que padeció EE UU el 11-S. Pero Europa, no sólo se mostraría desagradecida, sino ciegamente suicida si diera la espalda a los EE UU ante este nuevo peligro que nos acecha a todos.

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