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Alberto Recarte

La Europa antiespañola

Si en las próximas elecciones europeas se votara en función de los proyectos para continuar la construcción europea del PP y del PSOE-IU-nacionalistas, y sus implicaciones para el bienestar de los españoles, los otros europeos y la posible contribución europea al desarrollo y la paz mundiales, el Partido Popular debería ganar por mayoría absoluta.
 
En lo que respecta a la futura Constitución europea, el PP quiere negociar apoyándose en lo logrado en Niza, lo que nos daría mayor peso político, fundamental para la toma de decisiones, que afectan no sólo a España sino al resto de Europa. El PSOE, por el contrario, cree que es prioritario llegar a un acuerdo sobre cualquier Constitución, aunque nos haga perder peso y representación. Confían en la benevolencia francesa y alemana, desconfían de España y, lo que es peor, creen que esos países son un modelo sobre el que construir Europa. Y, quizá, como bien decía Mayor Oreja, ocurre que la única política del PSOE para Europa es ser anti-PP, aunque ello implique defender la anti-España.
 
En una Europa de 25 miembros, necesariamente, el poder de los grandes países se diluye, lo que puede tener efectos positivos y negativos. Será más difícil tomar decisiones sobre lo ya avanzado en el pasado, lo que es positivo en la actualidad, pues se ha consolidado –con excepciones– un mercado único, con libertad de movimientos de bienes, servicios, personas y capitales. Al tiempo, las mayorías necesarias para avanzar más en la integración política y económica se hacen más difíciles de lograr, lo que es nuevamente positivo, dada la confusión política y la decadencia económica de Francia, Alemania e Italia. En efecto, las medidas que querrían impulsar estos países: la armonización fiscal y la igualdad de prestaciones sociales, entre otras, esconden un proteccionismo radical, que iría en contra de los intereses de todos los europeos pero, en primer lugar, de los más atrasados que se incorporan en estos momentos.
 
La dificultad de tomar decisiones podría ser negativa si los grandes países tuvieran políticas reformistas, que se podrían ver frustradas políticamente por la suma de los países más pequeños que, no se sabe por qué, se piensa que podrían negarse a avanzar por ese camino. ¿Hay alguna decisión reformista, impulsada por los grandes países europeos, que no se haya podido aprobar por los correspondientes órganos competentes europeos en los últimos años? No recuerdo ninguna. Reformar en un mundo globalizado, por otra parte, significa apertura, competencia, menos impuestos y menor gasto público. Que el PSOE se alinee con Francia y Alemania tiene lógica de partido, pero no tiene consistencia, si de lo que se trata es de defender los intereses de España.
 
El aumento del gasto social que preconiza el PSOE, hasta igualar porcentualmente el español con el de esos países de la vieja Europa, parte del supuesto de que la misión del estado es paliar situaciones de necesidad, como la derivada de la falta de empleo; nunca se les ha ocurrido –ni se les ocurrirá–, a pesar de que convivan con la experiencia de haber asistido a la creación de 5 millones de empleos, que pueda haber una Europa distinta, una Europa moderna, una Europa que pueda crecer. Desgraciadamente, esa es una Europa que se difumina, con la colaboración del PSOE y los nacionalistas que quieren hacer desaparecer, como contribución al proyecto europeo, la España de las reformas, porque la identifican con el Partido Popular.
 

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