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La Doctrina Zapatero

El Gobierno socialista se perfila cada vez más como un Gobierno radicalmente pacifista. Esto significa una renuncia absoluta al uso de la fuerza salvo en caso estricto de una invasión de nuestro territorio, y aún así con dudas. Pero hay una negación expresa al uso de la fuerza ya sea en misiones de imposición o mantenimiento de la paz, ya sea en misiones de lucha contra el terrorismo o la proliferación de armas.
 
Este pacifismo radical tiene una doble causa. Por un lado, una visión cándida del mundo por parte de Zapatero. Para el actual presidente del Gobierno los problemas que afectan a la seguridad internacional sólo tienen solución desde el dialogo y la cooperación. La utilización de la fuerza, para él, genera y agrava más los problemas en vez de solucionarlos. Hay por tanto un rechazo casi genético en Zapatero a utilizar la fuerza militar.
 
El segundo origen de este pacifismo gubernamental es la causa por la que el PSOE llegó al poder y la voluntad de seguir rentabilizando políticamente esta causa. El PSOE debe su triunfo electoral a la concatenación de dos circunstancias: El rechazo mayoritario de los españoles a la guerra de Irak y la conmoción que generaron los atentados del 11-M. El Gobierno será prisionero durante todo su mandato de ambas circunstancias. Los socialistas llegaron al poder exacerbando y manipulando las ansias de paz del pueblo español. En la medida en que el Gobierno traicione, aunque sea levemente, ese fundamentalismo pacifista perderá todo su apoyo social.
 
Esta doctrina se está evidenciando en las primeras decisiones del Gobierno sobre la presencia de tropas españolas en misiones internacionales. En Irak nos retiramos de forma precipitada para que el PSOE pudiera explotar al máximo la decisión en las elecciones europeas. A Afganistán sólo podremos mandar asistencia logística, pero en ningún caso unidades que puedan contribuir a la seguridad del país. La misión en Haití se quiere revestir de una dimensión estrictamente humanitaria. En Kosovo habrá que ver la reacción del Gobierno si la violencia continúa incrementándose.
 
Este integrismo pacifista tiene dos consecuencias inquietantes. Por un lado, todo gobierno tiene como primera obligación garantizar la seguridad de los españoles en un momento de creciente vulnerabilidad. En este contexto estratégico, renunciar al uso de la fuerza para hacer frente a amenazas como el terrorismo o las armas de destrucción masiva es una temeridad. Si la doctrina Zapatero termina por generar mayor vulnerabilidad, mayor inseguridad o, lo que es peor, permite que esas amenazas se materialicen nuevamente en nuestro país, la responsabilidad histórica de este gobierno iría mucho más allá de una contundente derrota electoral.
 
En segundo término, el pacifismo del Gobierno coloca a España en una posición de gran debilidad en el concierto internacional y frente a nuestros aliados. El Gobierno es consciente de que no puede asumir ningún compromiso de envío de tropas a escenarios en conflicto en el que haya un riesgo de utilizar la fuerza, porque ello implica romper con su principio pacifista. España se convierte así en un miembro impotente en la sociedad internacional y en un aliado irrelevante para nuestros socios.

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