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Ayer Cristina Narbona, ministra de Medio Ambiente, se hizo un análisis de sangre. Fue su contribución personal a una campaña destinada a demostrar que los europeos, y en particular los españoles, tenemos una salud pésima y lo pasamos fatal debido a la toxicidad de los productos de uso diario que nos rodean. A Cristina Narbona no se le ve cara de famélica, aunque estaba claro, por su expresión, que eso de que le saquen sangre no le hace mucha gracia. Pero todo sea por la causa. No hará falta esperar a los resultados. Lo importante era la foto. Desde el 24 de junio de 2004 sabemos que Cristina Narbona es una mujer tóxica.
 
En una entrevista al New York Times ZP se declaró “feminista radical”. Parece ser que uno de los efectos de ese radicalismo ha sido el considerable número de  ministras que ahora pueblan el Consejo de los viernes. Es curioso que bastantes de ellas, como otras que ocupan altos cargos, respondan a un patrón similar: de una especial dureza, evidentemente sectarias, y con una capacidad particular para amedrentar y atemorizar. Son milicianas auténticas. Resucitan un patrón de comportamiento propio de los años 30, con el que ya coqueteó –menos- Felipe González. Era más prudente que ZP, o tenía menos complejos. El modelo es la directora (iba a escribir la ministra) de RTVE.
 
Entre todos van a sacar adelante una ley sobre la llamada “violencia de género” que tiene dos virtudes. La primera es que rompe la unidad de la sociedad. Se aplica sólo a quienes maltratan a mujeres. Como los socialistas tienen dificultades a la hora de formular proyectos generales, esto les permite crear bolsas de votos por sectores (antes era la clase obrera, ahora vienen los inmigrantes, los ancianos, los gays, etc.). La segunda es que se les está diciendo a las mujeres, como se les repite a los demás “colectivos”, que son débiles, incapaces de defenderse por sí solas y que necesitan la protección del Estado para salir adelante. Combinadas, las dos maniobras son letales. Es lo que se llama progresismo.
 
¿Cómo se compagina esta imagen de debilidad con la dureza propia de nuestras ministras milicianas? Cristina Narbona nos ha dado la solución. Se ha convertido ella misma, en carne viva, en la viviente demostración de los males del capitalismo. Capitalismo machista, se sobreentiende. Como dijo la propia Narbona, las mujeres (tóxicas) transmiten su toxicidad a sus hijos. Sólo ellas pueden hacerlo. En fin, una mártir del ecofeminismo socialista. Como no querrá ser beatificada, que le den el Príncipe de Asturias.

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