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Cristina Losada

Maestros de la tapadera

Hay quien opina, y no sin dar razones, que las memorias de Bill Clinton deben considerarse obra de ficción. Del género fantástico, para ser más precisos. De hecho, My life aspira a desbancar a Harry Potter del podio de los superventas. Sea como fuere, Clinton se vende muy bien. Hasta ha conseguido entrar en ese Olimpo, a tan pocos reservado, de presidentes norteamericanos que suscitan la admiración de quienes se complacen en pensar que el inquilino de la Casa Blanca suele ser retrasado mental o malvado arrogante.
 
Esta temporada, Clinton añade al atractivo de sus rutilantes canas y su teorizada incontinencia sexual –la infancia infeliz, las “vidas paralelas”- uno más: ofrece a los agresivos detractores de la guerra de Irak, la coartada para demostrar que no son anti-americanos, ¡qué tontería!, sino que sólo aborrecen a un presidente de extrema derecha, fundamentalista religioso, intelectualmente mediocre y groseramente campechano, que sigue contando con respaldo popular porque no todo el mundo jura -hay mucho cateto en todas partes- sobre el New York Times.
 
Tal vez sea por este plus, que los grandes medios de comunicación de este lado del Atlántico, tras embucharnos dosis caballunas de anti-americanismo, han desenrollado la alfombra roja para recibir al señor Clinton. Por eso y porque compone la contrafigura de Bush, cuya silueta no es difícil de encajar en la “vasta conspiración de la derecha” que, al decir de Clinton, acabó con él. Así se presenta y así le han presentado: como víctima de una nueva caza de brujas, que el telespectador español puede relacionar fácilmente con la ola de puritanismo que le cuentan que azota los Estados Unidos. No fue Janet Jackson la primera mártir. Si una mama de la cantante sirvió para tapar cuestiones políticas, como ella dijo en una reciente visita a España, ¿para qué no serviría lo de la Lewinsky?
 
Pero los maestros en el arte de la tapadera han sido los Clinton. La lista de sus escándalos es casi tan larga como los menús de degustación de la nueva cocina, y han salido de ellos tan poco lastrados como el que se nutre de esas delicatessen. Lograron que los grandes medios fueran benévolos con los aspectos menos encantadores de su gobierno, y persiguieron a los pocos que se empeñaron en sacarlos a la luz. Eso cuenta Richard Poe en Hillary’s secret war, cuyo subtítulo reza: La conspiración de los Clinton para amordazar a los periodistas de Internet. Pues los principales escándalos fueron aireados por lo que Poe llama el New Underground: unos periodistas que empezaron a escribir contra la corrupción de los Clinton en los noventa, sobre todo, en Internet, y que serían acosados por el Shadow Team que manejaba la dama.
 
De esto, poco o nada se cuenta por la vieja Europa y menos por la nueva España. Clinton se pasea como un héroe caído, injustamente manchado por un desliz sin importancia. Y su señora, como dechado de virtudes, intachable futura candidata a la presidencia. ¿Cuándo? He ahí la cuestión. Richard Poe hace un pronóstico arriesgado e interesante: será este año. Los demócratas saben que Kerry no tiene ninguna posibilidad y pondrán a Hillary a la cabeza del ticket. La decisión, en julio, en la Convención. Si los Clinton vuelven a la cresta, ya puede echarse a temblar Harry Potter.

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