Aunque sucede algo parecido con otros partidos políticos, es verdad que, cuando el PSOE accede al poder, tiende a confundir las tareas que son propias de un Partido con la acción de Gobierno y, a veces, con el Estado. La tradición socialista es tan reiterativa en esta confusión que convierte a este partido en un peligro para la democracia. Si a este problema congénito del socialismo español, que hace de la regla de la mayoría algo sagrado para someter a toda la nación a sus dictados, le añadimos, por un lado, su exceso de propaganda y, por otro, su contaminación nacionalista, entonces hay materia suficiente para que los socialistas más serios discutan sobre su futuro y para que no se dejen obnubilar por su extraña llegada al poder.
He ahí un material interesante para discutir en su Congreso. Sin embargo, no creo que esos asuntos sean tratados, porque cuando un partido está en el poder no sólo rehuye la autocrítica, sino que tiende a “legitimar” la ideología. Así las cosas, no creo que sea este Congreso el inicio de un verdadero debate para que el partido en el Gobierno acabe, de una vez por todas, con esa parte de su alma antisistema y leninista, que tanto daño nos hace al resto de los españoles. Por supuesto, este componente totalitario no es cosa del pasado, sino que ya ha dado unas cuantas muestras en estos meses de gobierno. En cualquier caso, soy de la opinión que la agitación ideológica a que nos sometió el PSOE en los últimos años, y que seguramente le han ayudado como en otras épocas a ganar las elecciones pasadas, la terminaremos pagando todos los ciudadanos. De modo parecido, pagará la nación española las exigencias del PSC, ese partido nacionalista alevosamente incrustado en el PSOE, que quiere hacer de España una extraña confederación de naciones inexistentes.