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EDITORIAL

El tirano en el banquillo

La comparecencia este jueves de Sadam Husein ante el Tribunal encargado de juzgarle junto a once de sus altos cargos y en la que el tirano ha rechazado firmar el acta de acusación, supone el primer paso del proceso judicial contra uno de los mayores criminales que haya conocido el siglo XX. Ese terrorista que durante tantas décadas ocupó la jefatura de un Estado, se sienta por fin en el banquillo acusado de varios crímenes contra la humanidad como fueron el gaseamiento de los kurdos en Halabja, el exterminio de la oposición chií, las fosas comunes, la guerra contra Irak y la invasión de Kuwait.
 
Sólo la ignorancia, la necedad o la hipocresía podían sostener que la impune continuidad en la jefatura de un Estado de un psicópata criminal de la envergadura de Sadam Husein no hubiera constituído un riesgo para la humanidad tan cierto como la prolongación de la opresión que, para los propios iraquíes, hubiera supuesto el triunfo de aquel cínico “no a la guerra”.
 
Si en el momento de su derrocamiento celebramos el fin de su amenaza, hoy celebramos el fin de su impunidad, mientras seguimos lamentando y denunciando la hipocresía de muchos medios que, con tal de dar rienda suelta a su visceral antiamericanismo, se opusieron al único medio en que era posible dar fin a semejante tiranía.
 
Incluso ahora no faltan quienes hablan de un supuesto riesgo de imparcialidad y de falta de garantías judiciales a la hora de juzgar al dictador por el hecho de que el encargado de hacerlo sea un tribunal creado por el propio Consejo de Gobierno erigido por los aliados tras la “ocupación”. Vamos, como si alguna vez en la historia alguna potencia democrática que hubiera derrocado una tiranía hubiera consensuado con ella la composición del tribunal encargado de juzgarla.
 
El hecho es que los críticos de EEUU y, por contagio, de la propia transición iraquí reconocen que la mayoría de los iraquíes quieren ver muerto a Sadam, pero en lugar de reconocer la labor de quienes han logrado que sea un tribunal digno de ese nombre, y no la ira desatada de las masas, el que se haga cargo de Sadam, denigran al nuevo Irak por admitir la pena de muerte. En el colmo de la impostura moral e intelectual, estos progresistas del antiamericanismo utilizan este hecho para cuestionar la verdad de que en Irak esté surgiendo un orden distinto y mejor al que imponía Sadam y que todavía tratan de imponer esos terroristas que nuestros progres, tras calificarlos de “resistentes”, llaman ahora “insurgentes”.
 
Precisamente por ser un evidente disparate, flaco favor se hace a la causa de la derogación de la pena capital cuando su aceptación legal en el nuevo Irak se la equipara al uso sistematico e implacable del terror en el que se basaba la dictadura de Sadam.
 
En cualquier caso, si algo hay que reprochar a la imparcialidad del tribunal iraquí encargado de juzgar al tirano es que entre los cargos que se han dirigido contra él no se haya incluido los crímenes contra la humanidad que supuso la utilización de misiles contra la población israelí así como la financiación y el entrenamiento de numerosas organizaciones fundamentalistas dedicadas al exterminio judío. Pero ya se sabe que el antisemitismo allí —y aquí— es tan fuerte que cuando se trata de víctimas judias nunca se repara ni en las amenazas ni en su sangre derramada.

En España

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