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“Yo ya no sé si soy de los nuestros”, fue la frase con la que Pío Cabanillas se ganó la inmortalidad en la Historia de España. El gallego más gallego que haya tenido la derecha dejó difícil el terreno a quien quisiera desbordarlo por cáustico. Porque sólo cabía superarlo con un “los nuestros son los suyos”. Difícil, pero no imposible. La prueba es que Josep Piqué y el Partido Popular de Cataluña en pleno lo hicieron ayer. Y no sólo han eclipsado al que fuera Gran Maestre de la Orden de la Vieira. En la misma atacada, también han arrinconado a Cánovas para entregarse a las enseñanzas de Cantinflas, al parecer, el nuevo mentor ideológico y estratégico de los conservadores catalanes.
 
El caso es que se somete a votación en el Parlament el texto de un papel en el que se afirma que Cataluña es una nación, y el PPC dice que sí, que vale. Y al cabo de un rato sale Piqué para aclarar que él no lo tiene claro. Que Cataluña aporta “rasgos” de eso, pero que España también. Que, por supuesto, está en contra aunque, cuidado, porque hay otros que están a favor. Que ya se sabe que las naciones no son conceptos jurídicos precisos sino suspiros del alma, como las letras de los boleros. Y que no se trata ahora de crear confrontaciones por una cuestión de sentimientos. O sea, que no pero sí, aunque depende.
 
Es la misma doctrina Mario Moreno con la que el PPC cosechó su peor fracaso en las últimas elecciones generales. La radicalmente opuesta al discurso español desacomplejado que defendieron Mayor Oreja y Vidal Quadras en las europeas. Ese que relanzó al partido hasta convertirlo en la segunda fuerza política del Principado, sólo tres meses después de aquel naufragio. Por cierto, el mismo discurso que permitió a Borrell lograr una victoria aplastante en las cuatro provincias catalanas, tras gritar en todos sus mítines: “¡Yo no soy nacionalista!”
 
Es altamente improbable que Rodríguez Ibarra tenga la más remota idea de quién fue Valentí Almirall, lo que explicaría su reciente fe en el hecho nacional catalán. Pero los votantes de Piqué sí lo saben. Almirall es el padre intelectual del nacionalismo que abandona la causa en la madurez para afiliarse al Partido Radical de Alejandro Lerroux, un personaje que aún hoy provoca escalofríos de temor en el establishment local. Almirall encabeza la larga lista de los catalanes que no modularon jamás sus ideas con el objetivo de caer simpáticos y hacerse respetables ante el poder nacionalista. Los que en Cataluña apoyan al PP son herederos de esa tradición de firmeza intelectual y moral. Y es que si tuviesen la más mínima duda sobre la naturaleza de sus convicciones políticas no asumirían el coste personal que implica nadar contracorriente en el Reino de Maragall. Por eso, al propio Piqué le convendría recordar de vez en cuando que no hay un solo Hamlet entre sus votantes. A menos que también se haya propuesto emular a aquel otro que sostuvo feliz: “Pensaba que íbamos a ganar las derechas, y resulta que hemos triunfado las izquierdas”.
 

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