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José García Domínguez

Montilla no quiere volver a Europa

Una vez, González les dijo a todos que si querían pisar moqueta deberían ser socialistas antes que marxistas. Y lo entendieron a la primera. Ahora, Maragall ha explicado a Montilla que para ser ministro del PSC hay que ser asimétrico antes que nada. Y tampoco le ha hecho falta repetírselo. Por eso, el cordobés de la triste figura puede admitir que lo bueno para la General Motors sea mejor aún para América, pero no que lo óptimo para Cornellà fuera deseable para el Estado español-plural. Así, Montilla, que fue cocinero maoísta antes que fraile de la orden del Hecho Diferencial, no quiere grandes superficies en ninguna parte. Bueno, en ninguna menos en su pueblo; allí sí.
 
Bajo Llobregat, años sesenta. Sólo hay dos opciones en la vida para los recién llegados: o colocarse en la SEAT o intentar triunfar en el toreo. Década de los setenta. Las cosas siguen siendo difíciles, muy difíciles, pero cambia algo el dilema: o probar meterse de alcalde nacional-progresista o entrar en la SEAT. Montilla tuvo suerte. Aquel munícipe será recordado en Cornellà por los dos grandes hitos de su gestión. El primero fue rebautizar todas las calles de ese rincón andaluz de la periferia barcelonesa con nombres autóctonos que el propio Pompeu Fabra tendría dificultades para identificar. El segundo, luchar hasta la extenuación por conseguir que El Corte Inglés emplazase un gran centro comercial allí. Cuando lo logró, la oscura ciudad-dormitorio volvió a hacerse irreconocible no sólo a sus habitantes, sino para todo el mundo. Tanto que montones de parejas jóvenes de Barcelona ahorran para poder instalarse en ella.
 
Luego, cambiaron los tiempos. Llegó el Tripartito. El nuevo Ejecutivo progresista tenía las ideas muy claras: pensaban exactamente lo mismo que Pujol. Lo dijeron el primer día: “El sector del comercio no debe dejarse al libre funcionamiento del mercado”. Por el contrario, lo mejor para él sería someterse a la coactiva voluntad de la Administración. Porque Montilla sabe mejor que ningún empresario, y que todos los consumidores, dónde hace falta un hipermercado, y dónde no. Y después de meditarlo, su conclusión fue que no se necesitaba ninguno, en parte alguna. Se lo dictó su talento innato una noche de insomnio. Fue justo después de pactar la incorporación al Gobierno catalán de Pere Esteve, el antiguo líder de los botiguers pujolistas que ahora representa a los botiguers maragallistas en la consejería de los botiguers, que es la de Comercio y Consumo. Lo de Cornellà no se volvería a tolerar, palabra de Montilla.
 
Pero la Comisión Europea no quiere entenderlo. En su ignorancia, no comprenden que en Cataluña si un establecimiento comercial pretende ser un poco más grande que un ultramarinos sea castigado con un impuesto confiscatorio; ni que se haya de rogar la venia al tal Esteve para intentar abrirlo. Y amenazan con llevar al Tribunal de Justicia de la UE al emigrante que un día se instalara en aquel suburbio en el que era inimaginable El Corte Inglés. En Bruselas se han empeñado en torcer la voluntad de Montilla. Pero les será difícil, muy difícil. Porque es dura, de acero. Como la fe de los conversos. 

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