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Tras un año de investigaciones, el Comité del Senado en Inteligencia ha terminado un informe de 511 páginas firmado por unanimidad por los miembros de ambos partidos. Ha sido el informe más duro con la CIA desde que otro a mediados de los 70’ relatara los abusos de poder de la agencia de inteligencia. La principal conclusión es que los servicios de inteligencia fallaron en el análisis de los datos sobre la posible tenencia de armas de destrucción masiva, dándole una información errónea al Congreso y al Presidente de los Estados Unidos. La cuestión es fundamental, porque en gran parte en las armas de destrucción masiva se justificó la invasión de Irak, a lo que hay que sumar el incumplimiento de las sucesivas resoluciones de la ONU y la seguridad internacional, por las relaciones del régimen de Sadam con el terrorismo. Las conclusiones son claramente favorables a George W. Bush. Mentir es decir lo contrario de la verdad a sabiendas, y él defendió la existencia de dichas armas basándose en los informes de la CIA, que al respecto coincidían con los de otros servicios de inteligencia. Bush, por tanto, no mintió.
 
La misma acusación se lanzó contra el a cuenta de “las 16 palabras”, pronunciadas en su discurso del Estado de la Unión de hace año y medio, por las que Sadam Husein había intentado adquirir recientemente cantidades significantes de Uranio desde África. El ex diplomático y consultor de la CIA Joseph Wilson envió entonces un informe diciendo que lo afirmado por Bush era mentira. El Financial Times ha informado recientemente que Irak es uno de los cinco países que estaban negociando con contrabandistas de Nigeria la compra de Uranio, lo que pasó desapercibido en la prensa estadounidense. Nadie que viera el furor con que se discutía la mentira de Bush sobre el asunto hubiera predicho el nulo interés que ha despertado la confirmación de que Bush tampoco mintió aquí. Quien sí lo hizo fue el oscuro Wilson.
 
Las acusaciones contra Bush han ido más allá de la mentira. Se ha dicho que él obligó a mentir a la CIA para que esta le proveyera de la coartada suficiente como para iniciar una guerra contra Irak que él ya habría decidido de antemano. Sin embargo, la conclusión 83 del informe dice: “El Comité no ha encontrado ninguna evidencia de que los oficiales de la Administración intentaran coartar, influir o presionar a los analistas para que cambiaran sus juicios en relación con las Armas de Destrucción Masiva de Irak”. Por tanto, tampoco obligó a mentir. Tampoco ha encontrado rasgo de presión de la actual Administración para ligar al Gobierno de Irak con Al-Qaeda, una relación que otra vez queda de manifiesto. Las conclusiones 90 a 104 muestran entre otras cosas que la CIA estaba en lo cierto al afirmar que Irak utilizaría sus servicios de inteligencia para realizar ataques o señalar las relaciones del régimen con terroristas palestinos. También afirma que examinó con “responsabilidad y objetividad” los “contactos, entrenamientos, refugios, y cooperación operativa como indicadores de una posible relación Irak/Al Qaeda”.
 
Ello no quiere decir que se exonere a George W. Bush de toda responsabilidad, ya que este informe se centró en los fallos de la CIA, no en cómo la Administración usó esa información como razón para la guerra, lo que se estudiará en otro informe, que no llegará hasta después de celebradas las elecciones de noviembre. Viendo el tratamiento de la información de algunos periodistas, da la impresión de que esperan que este segundo informe mine la credibilidad de Bush como un deseo no menos que como una predicción. Los mismos que informaban dando por hecho que Bush presionó a la CIA para que esta le confirmara la existencia de las armas de destrucción masiva. No obstante hay una cuestión que va más allá que la responsabilidad de George W. Bush y es el papel de la CIA y la inteligencia, y su futuro. Un debate que no ha hecho más que empezar y que promete ser amargo.

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