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El descenso a los túneles del estado en busca de pistas sobre la masacre y el golpe de marzo sugiere a los comentaristas una maloliente inmersión en las cloacas. Sin negar la creciente repugnancia que cada nuevo hallazgo va provocando, prefiero la imagen de los grabados de Piranesi, con sus mazmorras, sus tenebrosos pasadizos y sus amenazantes escaleras de caracol. Frente al olfato torpe y embotado, la atracción del mal, la belleza diabólica que inspiró, tres años antes de la Revolución Francesa, el Vathek de Beckford, origen de la novela gótica.
 
Porque lo que va a aflorar, lo que ya está aflorando, es el lado oscuro de la democracia española, negra flor, verdad terrible de un sistema efectivamente anómico donde la división de poderes y la lealtad a la nación y a los valores de la libertad son puras convenciones en las que casi nadie cree y de las que ninguna fuerza contra la disolución cabe esperar. Es ilustrativo el olvido de las víctimas, la pesada molestia de los muertos, instrumentos políticos de eficacia innegable siempre y cuando su olvido o su recuerdo lo module el poder, que ahora opta por enfocar preferentemente a los accidentados del Yakovlev. Salvo que se las necesite para encender a las masas en una jornada clave, las víctimas de Madrid deben seguir bien muertas y bien calladas, acogidas al silencio sepulcral del ministerio del Interior (“apagón informativo”, lo llama Zaplana).
 
Del mismo modo, mientras creyó en la autoría de ETA, pudo pedir Carod a la ciudadanía que la masacre no afectara al voto... para tramar después, en cuanto vislumbró la oportunidad de vincular Irak con Atocha, una estrategia de la “anormalidad” de la mano de Otegui. Su representante en la Comisión parlamentaria, con la visión sin duda alterada por su presencia en el grupo excursionista de Piranesi, y aquejado de distorsiones de nictálope que repele la luz del día, no ve nada de “relevante” en contactar con un brazo de ETA para reventar la calma en plenas elecciones.
 
No hay que cebarse con estos pacifistas, tan enemigos de la violencia que se abrazan a ella para aplacarla, la metabolizan y exigen que les aplaudamos por la hazaña. Mucho más grave es que el segundo partido nacional jugara el mismo juego de la desestabilización. No necesitaron el estímulo de Carod. PSOE y ERC pueden haber descubierto las ventajas del golpe de estado posmoderno a la vez, como sucede con tantos hitos de la ciencia.
 
De las primeras inspecciones al submundo extraemos una primera e indubitada conclusión: las manifestaciones del 13 M ante las sedes del PP no fueron espontáneas, cosa obvia pero negada insistentemente por los que hoy mandan. A Rajoy le faltó tiempo para reconocer, en la noche electoral, la legitimidad del triunfo socialista. Quería proteger la paz civil ante todo, lo cual es digno de encomio, y se explica en un contexto de temeraria revitalización de categorías guerracivilistas. La lástima es que no tengamos ningún otro partido (con la posible excepción de CiU) que valore en algo la paz civil.

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