Menú
En ocasiones llegamos a sentir simpatía por personajes depravados, porque ellos también son objeto de la ingratitud, cuando no de la injusticia humana. Es el caso de Arafat. De todos es conocido que es un hombre corrupto, que ha desviado dinero procedente de la ayuda internacional para otros fines, entre los que se encuentra el mantenimiento de familiares y amigos. Posiblemente sea el terrorista vivo con más cantidad de asesinatos a sus espaldas, aunque la competencia en este terreno sea grande. Él es uno de los mayores responsables del fracaso del proceso de paz. Los miembros del equipo negociador norteamericano en los años de la Administración Clinton, -Albright, Ross- se suman a los responsables israelíes del momento –Barak, Ben Amí- a la hora de descargar sobre las espaldas de Arafat el abrupto final de las rondas negociadoras y el organizado levantamiento de la II Intifada. Arafat simboliza para los dirigentes moderados palestinos el principio y el final de sus esperanzas para encontrar una salida a su situación en la presente generación. Principio, porque él dio forma a una organización capaz de representar ante el mundo una causa, la del pueblo palestino, en unos años en los que Israel consideraba que su futuro era exclusivamente un problema jordano. Final, porque la suma de corrupción, terrorismo y falta de coraje para asumir plenamente una negociación con Israel ha situado su causa en un callejón sin salida.
 
Durante años Arafat ha gozado de la simpatía, cuando no del entusiasmo, de buena parte de los medios de comunicación españoles y europeos. En muchos casos de los mismos que años antes se habían sentido seducidos por la utopía de los kibbutz israelíes, pero que en los setenta y ochenta se dejaron atraer por la nueva causa revolucionaria palestina, mucho más antiliberal y antioccidental, mucho más alternativa para el decadente orden democrático europeo. Ahora nos encontramos con que esos mismos medios, esas mismas firmas, se sienten horrorizadas por los sucesos de Gaza, donde auténticos revolucionarios, como esos ejemplares guerrilleros por la libertad que son los Mártires de Al Aqsa, se levantan contra Arafat y los suyos acusándole de corrupto, mientras que los sectores moderados de Al Fatah le exigen reducir el número de servicios de seguridad y la cesión de competencias reales al Gobierno. Ahora descubren que es verdad lo que los moderados palestinos y los israelíes llevaban años denunciando, aunque todavía se resisten a reconocer lo más obvio, que es un terrorista.
 
¿Por qué ahora sí y antes no? ¿Cuál es la razón de que el velo de lo obvio se levante en estas fechas y no hace veinte años?
 
Los amigos de la Revolución, los enemigos de la libertad, tienen un largo historial en no ver lo que no quieren ver. La dictadura soviética había dado muestras suficientes, desde “Libertad para qué...” en adelante para que cualquier persona interesada supiera hacia dónde se encaminaba. Las purgas internas, la denuncia por Jruschov de las barbaridades cometidas por Stalin, los sucesos del 56, del 68... proporcionaban un gran cúmulo de información para saber lo que la Unión Soviética era. Sin embargo, hasta bien entrados los años ochenta era perfectamente aceptable entre lo más granado de nuestras clases pensantes defender la causa del comunismo internacional ¿Qué pasó entonces para que las críticas arreciaran desde la propia izquierda? ¿Qué nueva información apareció para que tan insignes figuras se dieran cuenta de que aquella causa era profundamente inmoral?
 
Recientemente hemos seguido con preocupación el divorcio, más aparente que real, entre nuestros pensadores de izquierda, los legítimos detentadores de la conciencia cívica, con las unidades de vanguardia formadas por actores y cantantes al frente, y Fidel Castro ¿Qué suceso ocurrió capaz de romper un vínculo tan íntimo y entrañable como el constituido entre la nomenclatura caribeña y nuestra “izquierda cañí”?
 
En ninguno de los casos citados ocurrió nada que desvelara la realidad oculta. Todos eran perfectamente conscientes de lo que pasaba en la Unión Soviética, en la Cuba de Fidel o en los territorios de la Autoridad Palestina. Lo sabían y les gustaba. No había problemas morales ni de conciencia, había satisfacción por lo que percibían como embriones de un orden antiliberal. El abandono, el falso escándalo, el rechazo moral no son más que gestos para distanciarse de un barco que hace aguas y puede arrastrar a más de uno en su naufragio. Si la revolución palestina, si el fin del estado de Israel requiere distanciarse de Arafat, bienvenido sea el sacrificio.
 
Querido Yaser, poco podremos enseñarte de la vida que tú no sepas. Siempre tuviste claro que las ratas son las primeras en abandonar el barco y que la elegante izquierda europea es tan inconsistente como poco coherente ¡Qué decir de sus intelectuales! Tan antojadizos en sus pasiones, tan frívolos en sus convicciones. Siente la solidaridad en estos momentos de desánimo de quienes siempre te rechazaron desde la defensa de la libertad y desde el rechazo del despotismo y el terrorismo.
 
GEES (Grupo de Estudios Estratégicos)

En Internacional

    0
    comentarios