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Lucrecio

Destruir al adversario

Acierta en la diagnosis. Yerra en su valoración. Y ese juego de diagnosis acertada y valoración ilusoria es, en política, síntoma de vacío estratégico. Y preludio de desastre.

Acierta Rajoy en la fría exposición de los hechos. En los cien primeros días del Gobierno de Rodríguez y Rubalcaba, sólo ha habido un vector inequívoco: la destrucción total de Aznar. A cualquier precio. Mediante cualquier recurso.

Yerra Rajoy al lamentarse de ello. Ni se me pasa siquiera por la cabeza que un político culto – y Rajoy lo es muy por encima de la media – ignore la tesis con la cual, en un artículo de 1932 que es hoy un clásico de la teoría política, Carl Schmitt acote la peculiaridad de la política moderna. Variación muy refinada del arte de la guerra, la política es, ante todo, el conjunto de dispositivos mediante los cuales la invención minuciosa de un enemigo demonizable se constituya en coartada mediante la cual fortalecer mi propia identidad. “La distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo”. Da igual cual sea la realidad de los sujetos sobre los cuales se hace recaer ese papel. El enemigo sirve, no en función de lo que él mismo sea, sino de lo que yo puedo hacer parecer que es (una aterradora amenaza) ante aquellos a los que pretendo soldar bajo mi mando. Schmitt lo analiza con la cruel frialdad con la que un bisturí fija sus geometrías: “El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo”.

Es lo que, con toda exactitud y no poca inteligencia, está haciendo el PSOE con Aznar. Claro que todos en el PSOE saben – y González el primero – que, a diferencia de lo que ellos hicieron, Aznar no ha robado ni asesinado. Que no ha tenido en su Gobierno delincuentes como Barrionuevo o Vera o Roldán o los amiguetes de Borrell. Razón de más para aniquilarlo: porque ése (el no haber robado, ni secuestrado, ni torturado, ni asesinado) es el verdadero capital político del PP. Y porque, para borrar al PP del horizonte político es preciso erigir el sucedáneo demoníaco que permita invisibilizar el abismal contraste entre los aburridos años Aznar y los criminales años González.

El PSOE hace lo que debe hacer. Ni tiene programa ni le importa. Lo importante para gobernar es aniquilar a cualquier enemigo antes de que llegue a ser peligroso. Y el objetivo estratégico del PSOE fue siempre – así lo formuló inequívocamente González siempre que tuvo ocasión de ello, así lo han vuelto a practicar el dúo Rodríguez-Rubalcaba – aniquilar toda oposición que pusiera en peligro un poder sin límite en el tiempo, cuyo modelo era explícitamente – y sigue siendo – el del hipercorrupto (e hipercriminal) PRI mexicano.

No se hace frente a una declaración de guerra, quejándose de que el enemigo te dispare a dar. Las guerras son así. Y la política. Si Rajoy y el PP no están dispuestos a entrar en combate, más vale que disuelvan su partido ahora. Antes de que los aniquilen. A todos. Porque es la guerra. A ver si de una maldita vez se enteran.

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