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Amando de Miguel

Innovación léxica

Un principio de salud lingüística es este: a nuevas realidades, nuevas palabras. Me lo ha recordado una larga misiva de Ataúlfo García a propósito de la reciente polémica sobre si los homosexuales pueden acceder al matrimonio. Su tesis es que la unión homosexual no será nunca un matrimonio porque le falta la posibilidad de descendencia. Ni siquiera simbólicamente ─añado yo─ como podría ser el caso de un matrimonio entre adultos estériles, varón y mujer. Precisa don Ataúlfo que “el ejercicio de la sexualidad sin ninguna posibilidad de descendencia no parece que sea algo a lo que la sociedad tenga que conceder beneficios especiales”, como el estatuto matrimonial. De lo contrario ─sigo añadiendo yo─ se podría llegar a aceptar como matrimonio una “pareja” entre un varón adulto y una niña, que incluso podría ser su hija. Puestos a imaginar podríamos aceptar también como matrimonio un “trío” entre una mujer adulta y varios niños. Más probable es que se presentaran casos de poligamia. Para la circunstancia más usual de una pareja homosexual que desea un estatuto de reconocimiento legal, don Ataúlfo propone homomonio o lesbomonio. Ahí quedan para la consideración de los lectores con independencia de su orientación sexual.
 
No era broma. Existe un Conceyu Xoven de Zamora. Ha declarado lo siguiente en la supuesta lengua vernácula: “Nun entamo, desiximos la creyación inmediata d’una Comunidá Autónoma Lleonesa dientro l’Estáu Español y formada polas actuales Provincias de Llión y Zamora, y la convocatoria d’un refrendun de reunificación nos territorios llioneses de Salamanca, La Liébana, Valdeorras, marxe izquierda del Valderaduei y Franxa’l Carrión”. Debo la fantástica noticia a Angel Antón Oliva. Su comentario me exime de más escolios: “Lo dicho: éramos pocos y parió la burra. Resulta evidente la existencia de demasiada gente ociosa en este país”. En “l’Estáu”, vamos.
 
Los lectores de LD saben que yo soy muy condescendiente con los usos del lenguaje. Pero mi manga ancha no deja pasar todo. Alvero Eguinoa (Barcelona) me proporciona un buen ejemplo. Según me cuenta, el diputado Puigcercós dijo que los de su grupo no se iban a creer lo de la libertad de poder expresarse en catalán hasta que no lo vieran. En una palabra, resumió el diputado, que no iban a ser “tomistas”. Mi comunicante protesta por esa alegría léxica y yo también. Cierto es que el apóstol Tomás tuvo dudas de que Jesucristo hubiera resucitado. Hasta que el mismo Jesús resucitado se le presentó y le dijo “Mira mis manos; acerca tu mano y métela en [la llaga de] mi costado. Y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20). Debe agregarse que, según algunas tradiciones, este Tomás era el hermano gemelo de Jesús. Se puede admitir lo de la incredulidad de Tomás. Sin embargo, parece impropio declararse uno tomista porque manifieste una actitud incrédula, en el sentido de “si no lo veo, no lo creo”. Son “tomistas” los que se relacionan con Santo Tomás de Aquino. La confusión entre uno y otro santo procede de la práctica eliminación de la Religión como materia de la enseñanza obligatoria. Se puede ser inculto y llegar a ser diputado.
 

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