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Carlos Semprún Maura

Todos los veranos son iguales

Bueno, pues los cuatro talibanes franceses entregados por las autoridades norteamericanas a las autoridades francesas están en la cárcel, en Francia. O sea, que todos los que aquí presentaban las cosas como “liberación”, y la prueba de la ilegalidad y del fascismo yanquis, manifestados, por ejemplo, en Guantánamo, se han llevado un chasco, pero no lo reconocerán. Esos “héroes positivos” han sido considerados por los jueces franceses como pertenecientes a “una asociación de malhechores, ligada a actividades terroristas”, y serán juzgados como tales por los tribunales franceses.
 
Con lo cual se demuestra que los norteamericanos no detienen sistemáticamente a inocentes, y que su “represión” no es totalmente arbitraria. Claro, siempre les queda el recurso de afirmar que los jueces franceses antiterroristas están “vendidos al dólar”. No sería la primera vez. Pero la prensa, que ya anunciaba la vuelta de los hijos prodigios, injustamente detenidos por los bárbaros, a sus lugares de residencia, y las fiestas que les esperaban, prefiere no insistir sobre el tema o el chasco, y como es ritual en esta temporada, comenta más bien los atascos y accidentes en las carreteras veraniegas.
 
Los periódicos siguen al acecho de la canícula, y descubren un nuevo tema de inquietud: la disminución constante del número de turistas que visitan Francia cada año. Porque el turismo aquí era negocio redondo, y antaño se felicitaban de ser el país del mundo que recibía el mayor número de turistas. Una de las regiones más turísticas y más desertadas sería la de Provenza-Costa Azul, y hace un par de meses se decía que se debía a la canícula (¿) y a los incendios del año pasado. Pues, según una encuesta del Office du Tourisme, no se trataría de eso, o no sólo, la carestía de la vida y la grosería de los profesionales del ramo, serían los principales motivos.
 
Yo estuve en Junio en aquella región y si la carestía es evidente, francamente me pareció que los atascos en las carreteras, para llegar a las playas, eran insoportables, como las colas en los almacenes, pero ese no es el punto de vista de los comerciantes. Tampoco noté este año, o los anteriores, particular grosería, pero, claro, hablo francés, y me imagino que pedir una caña en holandés, y no digamos en alemán, es harina de otro costal.
 
Otro problema es la crisis del vino, ¡tremenda catástrofe para Francia! Esto se debe a la disminución del consumo, los jóvenes beben menos vino que sus padres, pero también a la competencia de vinos extranjeros procedentes de los lugares más inverosímiles hace poco años: vinos australianos, californianos, chilenos, etc., que resultan ser de buena calidad y más baratos. Hace más tiempo que los vinos españoles e italianos tienen sus aficionados, pero son minoritarios. Por lo tanto, los vinateros, apoyados por parlamentarios, pretenden incluir el vino en la “excepción cultural francesa”, para protegerlo. Según ellos, el vino francés sería un producto cultural, mientras que el vino extranjero, un vulgar alcohol dañino para la salud.

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