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EDITORIAL

En castellano y desde El Escorial

Como los alumnos que suspenden asignaturas y tienen que recuperarlas durante el verano, Zapatero asiste desde Menorca a otras “dos tardes” de clases intensivas parecidas a las que le brindó Jordi Sevilla. Esta vez son de independentismo, en castellano y desde El Escorial.
 
Hasta la serrana localidad madrileña donde Felipe II sentó sus reales se han acercado Ibarreche y Maragall. Un vasco y un catalán, ambos, por ahora, españoles. Un democristiano y un socialista, ambos, para siempre, nacionalistas. En 24 horas han repasado la lección con el presidente. El vasco le pide que no sonría tanto y conceda al País Vasco lo mismo que promete para Cataluña. El catalán le recuerda dichas promesas y anima a Chaves, el andaluz, para que la vuelta a clase en septiembre sea toda una celebración de la España asimétrica y plural. Asimétrica, plural y nacida bajo la noble sombra de los centenarios pinares de El Escorial.
 
Muy poco después de la conmemoración oficiosa de los Cien Días de paz socialista asoman por las carteras de los ministros Gibraltrar, Marruecos, País Vasco, Cataluña... Andalucía, los datos económicos y nuevos agujeros negros. Ya dijo Zapatero que se llevaba a Menorca “algo de trabajo”. De momento, posa con Sonsoles y se deja arrullar por un buen ensayo de Paul Krugman, el más reciente, y acaso mentiroso, de los premios Príncipe de Asturias.
 
Ibarreche hace dos días pedía “valentía política, además de sonrisas”. No para acabar con ETA o para desvelar todo lo que ha quedado oculto tras la matanza sin nombre del 11 de marzo. No, nada de eso. El terrorismo, verdadero problema que hoy aflige a la Nación, siempre puede esperar. Para el lehendakari lo importante es llegar lo antes posible a un acuerdo entre el País Vasco y el Estado español. Si no fuese porque estamos acostumbrados a este tipo de manifestaciones quizá hasta nos sorprenderían. El País Vasco, entendemos que Ibarreche se refería al Gobierno Vasco, no es cosa diferente al Estado español sino parte integrante del mismo. Lo que pide el lehendakari sin saberlo es que el Estado llegue a un acuerdo consigo mismo. Y ese acuerdo lo firmó la Nación española por abrumadora mayoría en diciembre de 1978 dotándose de una Constitución que, entre otras cosas, permitió que Ibarreche sea lo que es y viva de lo que vive.
 
Ibarreche, evidentemente, no ha hecho esa lectura. Lo que pretende es que el Estado español, encarnación política de la Nación, llegue a un acuerdo con los nacionalistas vascos, y con nadie más. Porque, le guste o no, el célebre plan que ha dado más vueltas que Rocambole no es ni de lejos del agrado de todos los habitantes de aquella Comunidad Autónoma. Esto no le interesa. Para Ibarreche, encarnación política de Javier Arzallus, los vascos (y las vascas) son exclusivamente los que celebran el Aberri Eguna y tienen la ikurriña como representación única de una Euskal Herria milenaria, que no por fantasiosa y delirante es menos perniciosa para la causa de la libertad en España.
 
La conferencia de Maragall de hoy ha sido más, digamos, conciliadora. En lugar de hablar de Cataluña y el Estado Español ha preferido valerse de un socorrido “el resto de España”, en un guiño a su audiencia, a la que tenía enfrente, en el auditorio, y a la que le escuchaba con atención desde la lejana isla de Menorca. Maragall tiene más oficio, y eso se le nota, y además está a la vista que él es quien manda, pone y quita a su antojo. Ha dado por hecho que Zapatero va a cumplir no se sabe bien qué promesa relativa a no se sabe bien qué Estado Federal.
 
Pero como buen jugador, curtido en mil intrigas, Maragall ha sacado hoy a relucir su as maestro, Andalucía. ¿Amor por la gente y las tradiciones del sur? Posible pero improbable. ¿Ocho millones de habitantes que deciden unas elecciones y bien movilizados pueden derribar a un gobierno? Seguro. Tan seguro como que el PSOE le debe su mayoría, La Moncloa y el veraneo en Menorca al emparedado electoral catalano-andaluz.
 
Desconocemos si Chaves otorgará callando u osará llevar la contraria alPresident. Por fortuna ni Andalucía ni los andaluces han enveredado por la cosa aldeana del hecho diferencial. Confiemos en su sabiduría de siglos y en su proverbial sentido común. Pero que Maragall no pierda la esperanza, siempre le quedará Gordillo, el alcalde de Marinaleda. 

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