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Rubén Osuna

El joven profesor universitario

si es que puede dedicarse a otra cosa alguien que ha quemado los mejores años de su vida en esta locura

El gobierno de Zapatero tiene como uno de sus objetivos principales potenciar la investigación básica y aplicada en España. De momento han prometido un sustancial incremento en el gasto público. Pero es fundamental abordar reformas estructurales profundas en las instituciones que investigan, especialmente las universidades.
 
Becarios de investigación aparte, el panorama que se extiende ante el investigador español es para meterse en la cama con una metralleta. Imagínense, digamos, un joven capaz atraído vocacionalmente por el estudio y la investigación. Para empezar debe elegir una Facultad donde no le castren intelectualmente hablando, lo que supone un peligro mayor de lo que muchos piensan. Si tiene una Facultad a la puerta de casa, que la tendrá, mala suerte. Muy probablemente no le sirva de nada, y tendrá dificultades para encontrar alguna institución, pública o privada, que le financie la estancia en otra ciudad para estudiar lo mismo que podría en la suya. Generalmente será la propia familia la que acabe pagando la aventura, si consigue convencerles de la necesidad del esfuerzo, algo de lo que la mayoría no es consciente. Pero aunque consiga el dinero, las dificultades no habrán hecho más que empezar.
 
Tras 5 o más años de esfuerzo estudiantil, que finalizarán a los 23 años como muy pronto, nuestro inconsciente aventurero se planteará la posibilidad de emplear 2 o 3 años más en unos cursos de doctorado. Aquí la apuesta será más fuerte aún, pues una formación de postgrado de calidad es determinante. Los errores cometidos a esas alturas tienen ya difícil arreglo, y la inserción en el mercado laboral es inminente. Se planteará una buena formación en el extranjero, en EE.UU. quizás. Pero eso es muy caro, y requiere mucho tiempo (4 años para un doctorado americano, por ejemplo). Bien, si nuestro héroe consigue marcharse podemos decirle adiós y desearle suerte, porque el rendimiento que obtendrá en EE.UU. de su costosa inversión formativa es mucho mayor del que jamás podrá obtener aquí, y de todas formas, si quisiera volver, lo tendría crudo, por muy bueno que sea (o quizás por eso mismo). No le volveremos a ver el pelo.
 
Si se queda en nuestro suelo patrio los sustos le darán una vida austera, pero entretenida. Cuando haya acabado los cursos de doctorado (2 años aquí, Tesis aparte) podrá optar a una plaza de profesor “ayudante”, que le proporcionará un salario ridículo (calculen unas 150.000 pesetas al mes) con el que apenas podrá mantenerse durante un máximo de 4 años, y eso si logra superar el proceso de selección, sorteando la competencia de familiares y amigos de los que ya están dentro. Bien, una vez en la universidad estará a merced de la Ley: en esos 4 años de “ayudante”, además de dar clases, tendrá que leer la Tesis Doctoral y publicar, lo que, si se consigue, es sin duda todo un mérito, y prueba de un extraño favoritismo de la fortuna por él. Con tanta suerte y esfuerzo, una Agencia Estatal que dice aplicar unos criterios, que no desvela, podrá darle permiso para optar a otro contrato de ayudante (puede que sí, puede que no; a saber). Si gana el nuevo concurso público podrá ver prolongados otros 4 años su miseria (no llegará a 200.000 pesetas al mes esta vez) y sus duros esfuerzos como “ayudante doctor”.
 
Sumemos: a los 5 años de la Licenciatura, 2 de doctorado, 4 de ayudantía y otros 4 adicionales como ayudante doctor, es decir, un total de 15 años. Nuestro protagonista se planta en los 32 años (si todo va bien), con un contrato temporal y mal pagado. Pero su calvario no ha acabado aún. Durante los 4 años del segundo período de ayudante (siendo ya doctor) tiene que publicar trabajos científicos y realizar estancias en centros de investigación, a ser posible extranjeros (¿quién financia esto? ¿Quién puede vivir en Nueva York, Londres o París seis meses o un año con esos sueldos?), penitencia que la ya mencionada Agencia Estatal volverá a evaluar con no se sabe qué criterios. Si da el visto bueno, nuestro investigador vocacional podrá, mediante (¡otro!) concurso público, acceder a un nuevo contrato laboral ("contratado doctor" esta vez) que le permitirá por fin alcanzar los sueldos mínimos de la Administración, superando la fortuna de las 200.000 pesetas al mes y acabando (ya era hora) con la precariedad. No está mal ¿verdad?
 
Y aún no hemos hablado de los obstáculos que tendría que salvar para poder conseguir plaza de funcionario: nuevas pruebas, nuevos concursos arbitrarios y nuevos sueldos ridículos (aunque algo mayores, pues como Titular puedes superar las 300.000 pesetas al mes, y como Catedrático las 400.000).
 
Si algo falla en ese largo proceso (por ejemplo, tener un hijo) podemos decir adiós y dedicarnos a otra cosa, si es que puede dedicarse a otra cosa alguien que ha quemado los mejores años de su vida en esta locura.
 
Sinceramente creo que el problema de la investigación en España consiste en explicar cómo, a pesar de todo, tenemos tantos investigadores.

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