He tenido que leer The Anti-Chomsky Reader, un magnífico conjunto de ensayos que reseñó Gorka Etxebarría en la Revista de Libertad Digital, para entender por qué aquel lingüista, viejo conocido de los de mi quinta, ha pasado de su exclusivo reducto en el MIT al ránking de los más buscados en Internet, donde navega en compañía de Letizia Ortiz, El Canto del Loco, El Código da Vinci, las letras de canciones y otros asuntos de pareja trascendencia. Cierto que tal popularidad, chocante en quien se orna con la mitología del perseguido, ya era visible en las librerías desde el 11-S. Chomsky, como un best-sellerista de pro, no paró de sacar al mercado nuevas producciones desde entonces. El filón anti-americano ha resultado muy rentable. Y el profesor estaba preparado para hacer frente a la demanda.
Un mes después de los ataques contra Nueva York y Washington, Chomsky entregó a sus seguidores las tablas de la ley de siempre, gozosamente actualizadas: al fin, las pistolas apuntaban en la otra dirección. Eso era, dijo, lo que hacía del 11-S un punto de inflexión histórico. Habían aparecido unos enemigos de USA y de Occidente con ganas de continuar la misión que sus antiguos amigos, los comunistas dispuestos a fundar “la sociedad nueva” sobre los cadáveres de quienes se opusieran a su diktat, no habían podido llevar a término: la destrucción de los sistemas capitalistas liberales, los grandes enemigos de la Humanidad, en su “visión de ungido”.
Claro que Chomsky no se identifica con el comunismo, dice aborrecer el leninismo y hasta le da no sé qué etiquetarse de izquierdas. Es éste un artificio muy práctico: no hay que dar cuentas por los millones de muertos y de hambrientos que ha producido el mesianismo socialista. La reflexión sobre la barbarie del socialismo se reduce, en esencia, a la clásica: no era en la utopía donde estaba el error, sino en quienes la desvirtuaron al aplicarla.
Pero la razón por la que Chomsky puede figurar en breve hasta entre los guapos más buscados de la Red no reside en el rancio mensaje sobre la maldad del capitalismo, sino en el modo en que su cliché incorporó la amenaza terrorista que, el 11-S, se hizo brutalmente visible. ¿Qué es el terrorismo?, se preguntó ante sus fieles. Y se respondió: “La guerra contra el terrorismo es el verdadero terrorismo”. Así, a los millones de personas que, tras aquella masacre y las posteriores, se han sentido lógicamente atemorizadas, les ha ofrecido un pensamiento cómodo: la manera de acabar con el terrorismo es dejar de luchar contra él.