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Juan Manuel Rodríguez

Una réplica silenciosa de John McEnroe

La soledad, las exigencias propia y ajena, la frustración de no lograr el objetivo anhelado o la ambición de retener dicho objetivo para siempre, suelen dar al traste con el equilibrio emocional de demasiados tenistas.

Hace poco le pregunté a Virginia Ruano, la mejor doblista española de toda la historia y una de las mejores de todos los tiempos, si el circuito profesional era tan tétrico y devastador para la personalidad humana como lo retratara en su día David Foster Wallace, tomando como ejemplo a un jugador estadounidense perdido en el bosque de números que conforma el ránking de la ATP: "En realidad no le interesa nada aparte del tenis; (...) da la impresión de que la mayoría de sus relaciones personales las ha hecho por medio del tenis. Ha salido con algunas chicas. Es imposible averiguar si es virgen. Resulta asombroso e imposible, pero me da la impresión de que lo es"... Vivi pegó un simpático respingo en su silla y exclamó: "¡Uff, espero que no!"...
 
A ella se la ve afortunadamente feliz. Va acompañada a Telemadrid por su madre. Al revés de lo que suele sucederle a la mayoría de tenistas profesionales ha conseguido su sueño relativamente mayor. Parece mentira pero un deportista profesional que tenga cumplidos los treinta años es ya considerado abiertamente como un viejo. Es ahora cuando empieza a conseguir dinero de verdad. Es mucho más guapa en persona de lo que parece por televisión y se la nota estable, responsable y realizada; madura, en una palabra. Pero, desafortunadamente, lo que escribía DFW en "Esquire" en 1996 no está en absoluto alejado de la cruda realidad. La soledad, las exigencias propia y ajena, la frustración de no lograr el objetivo anhelado o la ambición de retener dicho objetivo para siempre, suelen dar al traste con el equilibrio emocional de demasiados tenistas. Los que triunfan y también aquellos que finalmente no consiguen hacerlo se ven sometidos a una presión que a veces se convierte en inaguantable.
 
Hace tiempo que cuando veo en acción a Roger Federer estoy viendo al mismo tiempo a Pete Sampras, dos partidos en uno solo. Su misma cadencia a la hora de golpear a la pelota e idéntica interpretación del juego, tanto dentro como fuera de la pista. Es un tenis de alta escuela. De hecho, la llamada de este deporte le llegó al pequeño Roger Federer viendo por la tele los partidos del sueco Stefan Edberg, otro jugador elegante y caballeroso. Y esas tres generaciones de tenistas (Edberg, Sampras y Federer) son réplicas contenidas y silenciosas del gran maestro de todos ellos que fue sin duda el grandioso John McEnroe.
 
Precisamente Federer acaba de igualar ahora un record que el estadounidense compartía con el sueco Bjorn Borg, otro tenista esencial: doce finales consecutivas ganadas. El suizo lleva sin perder desde el 7 de julio del año pasado... ¡y sólo tiene veintitrés años!... Ojalá aguante bien el tirón porque el único peligro que le acecha es la extrema dureza psicológica que requiere mantenerse siempre ahí arriba, en ese laberinto aniquilador de la individualidad humana descrito tan brillantemente por Foster Wallace e ignorado, gracias a Dios, por nuestra bellísima Virginia Ruano.

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