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José García Domínguez

Autocrítica a Gallardón

"Te vamos a hacer la autocrítica, compañero". Cuando el compañero de turno oía la frase fatal, todos sus sentidos se concentraban en cómo forzar el pomo de la puerta más próxima

Como todo el mundo sabe, si en España existe alguien legitimado para ejercer de legatario del pensamiento progresista, ése es el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón. Mas como demasiados ignoran, en el seno de tal corriente doctrinal ha sido costumbre ancestral hacer la autocrítica del prójimo. "Te vamos a hacer la autocrítica, compañero". Cuando el compañero de turno oía la frase fatal, todos sus sentidos se concentraban en cómo forzar el pomo de la puerta más próxima o en si existía alguna posibilidad razonable de saltar por la ventana. Y es que la autocrítica no era cosa de broma. Ni lo fue antes, ni lo es hoy. Porque tampoco sería justo tomarse a chanza que quien batió a Trini Jiménez se sienta llamado a autocriticar al que sólo derrotara por mayoría absoluta al Felipismo en pleno.
 
En cualquier caso, lo indiscutible es que el genuino progresismo, el cabal, exige del ejercicio constante de la sana autocrítica. Por eso, por la profunda comunión ideológica que nos une a don Alberto, vamos a esbozar aquí la suya. "Algo habremos hecho mal", exclamó amargamente nuestro munícipe acogiéndose a la elegancia del plural mayestático. Pues sí, par diez, bastantes cosas habéis hecho mal, señor. Si nos lo permitís, en el pliego de agravios que sigue os recordaremos algunas.
 
La más grave, la que nos ha ocasionado mayores quebrantos del alma, fue que dejaseis escapar la ocasión de encomendar las líneas del Metro y los autobuses a don Jesús de Polanco. Podría así nuestro guía espiritual haber gozado ya del monopolio absoluto de los medios de comunicación. Y por negligencia, que no por falta de voluntad, renunciasteis a tan justo empeño. No fue menor el enfado que nos ocasionó el ninguneo al que sometierais a la crema de la intelectualidad más vanguardista. Como ejemplo de vuestros desaires a la inteligencia, ahí está doña Nuria Espert, a la que ni siquiera tuvisteis el detalle de regalar un mayorazgo con cargo al Presupuesto. Y qué decir de los agravios que ocasionasteis a nuestro bienamado Joaquín Leguina. ¿Pensáis acaso que si a estas horas aún no es Grande de España no es por vuestra desidia?
 
Bien es cierto que callasteis cuando los actores de la pegatina que también vos costeáis, berreaban. Y no os lo vamos a afear. Igual celebramos que no cagáis en plebeyas supersticiones, al no dar pábulo a más fantasmas que los que pasean por el Palacio de Linares. Pero admitid que vuestra ausencia injustificada en el estreno de la obra de Michael Moore constituyó una afrenta intolerable a la sensibilidad que decís representar.
 
Por lo demás, señor, creemos con la fe del carbonero en que el centro está en el medio. Al Igual que nos consta la nueva de que las partidas que asaltaron la sede de vuestros correligionarios en Barcelona, la embadurnaron con boñigas. Con heces que resultaron centristas y dialogantes, como luego se supo, señor. Razón de que se nos antoje imperdonable que no las glosarais también en vuestra apología de lo medianero. Aunque, para ser justos, ninguna otra enmienda nos mereció vuestra brillante deposición ante el Congreso. Ni una.

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