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EDITORIAL

Gallardón contra Rajoy

Además, y no es cuestión baladí, el gallardonismo como tal no existe más allá de los despachos del ayuntamiento, es decir, que se encuentra completamente aislado de las principales corrientes del partido

Apenas un día después de la renuncia de Pío García Escudero a seguir siendo presidente del Partido Popular de la Comunidad de Madrid se ha desatado una guerra, absurda e inexplicable, por el control de la delegación popular en el buque insignia del castigado partido de José María Aznar. García Escudero, con vistas al próximo congreso regional que se celebrará en noviembre, aseguró que había cubierto una etapa muy satisfactoria de su carrera y que iba, siempre al servicio del partido y de su electorado, a concentrarse en la portavocía que ocupa en el Senado.
 
Acto seguido, Esperanza Aguirre, la única presidenta de Comunidad Autónoma que no preside la delegación regional del partido, se postuló como candidata. Todo dentro de la lógica y con el sentido común propio de un partido que, hace menos de un año, obtuvo la mayoría absoluta en la elecciones a la cámara autonómica. Ayer por la mañana, a pocas horas de la presentación de la candidatura por parte de Aguirre, Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de la capital y eterno aspirante a no se sabe bien que, rompió sin necesidad y por la pretendida falta de "espíritu liberal" de la presidenta, un consenso tan inexcusable como obligatorio en un partido que, a escala nacional, acaba de estrenarse en una incómoda e inesperada oposición.
 
Dudar del espíritu liberal de la presidenta Aguirre es hablar por hablar. El compromiso político de Esperanza Aguirre ha sido siempre liberal en el sentido estricto de la palabra, muy a diferencia de un Ruiz Gallardón enamorado del gasto público y del mayor imperio de comunicación que ha conocido la España contemporánea que, dicho sea de paso, tiene poco de liberal y mucho de socialista. Los hechos están ahí para quien quiera verlos. Si algo es Esperanza Aguirre, si de algo puede presumir, es de liberal.
 
La maniobra gallardonita, por lo tanto, no puede entenderse si no es en clave de ajuste de cuentas interno. A pesar de que Rajoy, en un gesto de generosidad poco habitual entre los políticos, incorporó a Gallardón en la plana mayor del partido, el alcalde no ha sabido corresponder la cortesía. Con nocturnidad, alevosía y un toque de politiquería de la peor calaña le ha tendido una emboscada en el corazón del poder popular, en la comunidad más importante de las gobernadas por el partido de Génova.
 
Semejante tour de force sin embargo puede salirle caro, muy caro, más de lo que piensa. Cierto es que Rajoy es un líder que acaba de debutar pero no es ningún novato en los entresijos de la política. Además, y no es cuestión baladí, el gallardonismo como tal no existe más allá de los despachos del ayuntamiento, es decir, que se encuentra completamente aislado de las principales corrientes del partido. Mientras fue presidente de la Comunidad, su ascendente sobre las delegaciones municipales se sustentaba en el manejo de dinero público, hoy, privado del maná presupuestario y recluido en la Plaza de la Villa poco o nada puede hacer para recabar apoyos entre una militancia que, muy a su pesar, secunda los desvaríos del sempiterno candidato de Polanco a dirigir la derecha española.
 
Lo cierto es que Ruiz Gallardón, que presume de arrastrar masas a las urnas, que se reclama como uno de los grandes activos de Partido Popular, no ha ganado nunca unas elecciones al margen del PP, es decir, que Gallardón ganaba cuando el PP lo hacía. Se ha beneficiado siempre de unas siglas y ha navegado sobre la ola de las victorias electorales del PP en los últimos diez años. Quizá él quiera hacer creer lo contrario, quizá considere que sus equilibrios en el alambre han orillado votos más allá del límite ideológico que separa la izquierda y la derecha. Los datos están ahí para quien quiera someterlos a un análisis detallado, el efecto Ana Belén apenas sirvió para que, tras cobrar la penúltima campaña de publicidad encargada por Gallardón, se pusiese al frente de la pancarta junto a una tribu que nunca ha tenido espíritu. Ni centrista ni liberal.
 
Gallardón sabe que nunca ganaría un congreso regional, conoce mejor que nadie su situación en el partido, y está muy al tanto de que Prisa y sólo Prisa va a cooperar en su enésimo intento de revolver unas aguas en las que luego pretende pescar. Oscuro panorama para un político sobrado de ambición y falto de modales, elegancia y tino.

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