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José María Marco

Jóvenes

Tal vez movilice a algunos electores jóvenes y atolondrados, crías fresquitas y recién salidas, muy bien adoctrinadas, de las aulas de las universidades progresistas

A pesar de lo que se empeña en proclamar el unánime coro de progresistas y conservadores europeos, Bush sigue por delante de Kerry. Es verdad que Kerry ha recuperado parte de la distancia que se abrió cuando la Convención republicana de Nueva York, pero aunque más estrecho que entonces, el margen, a día de hoy, sigue siendo favorable a Bush. Le favorecen, además, los votos del colegio electoral, en los que Bush tiene una ventaja de la que carecía el año 2000.
 
Después de dos debates entre los candidatos a presidente y otro entre los dos candidatos a vicepresidente, los demócratas han conseguido avanzar, pero no igualar la carrera. Es un mal síntoma para Kerry el idealista y Edwards, su escudero cínico.
 
La campaña, por tanto, se está endureciendo en busca de sectores de población que están en trance de cambiar o que tradicionalmente se han abstenido de participar en las elecciones. Entre los primeros están las mujeres negras. Aquí el mensaje y la figura de Bush ha desbancado a Kerry, probablemente demasiado señorito para gente que se enfrenta a problemas que Kerry y su esposa Teresa Heinz, su jet privado y sus varias mansiones probablemente ni siquiera se imaginan que existen.
 
Entre los segundos están los jóvenes, que han venido participando cada vez menos en las elecciones. En 2000, en las elecciones presidenciales sólo votó un 46% de los jóvenes de entre 18 y 24 años. Pero el voto joven, entre 18 y 24 años, da sorpresas. En 1998, en el Estado de Minessota, los jóvenes que se registraron el mismo día de la votación dieron la victoria a Jesse Ventura en las elecciones al cargo de gobernador. A principios de 2004, Bush era el favorito entre los votantes de entre 18 y 29 años. Ahora nadie sabe los resultados de los esfuerzos que están realizando los partidos y numerosas organizaciones para movilizar esa franja del electorado, que algunos consideran decisiva.
 
Se conocen, eso sí, algunas de las tácticas que están utilizando. La más llamativa ha sido el chisme, que algunos llaman leyenda urbana, de que Bush llevaba un transmisor debajo de la chaqueta en el segundo debate sobre Kerry. Esto forma parte del folklore de la campaña. Otra, menos divertida, ha sido el rumor de que Bush pensaba reinstaurar el servicio militar obligatorio. En este caso no ha sido sólo una "leyenda urbana". El congresista demócrata Charles Rangel presentó una propuesta de ley proponiendo la reinstauración del servicio militar obligatorio… para votar él mismo en contra. Bush tuvo que emplearse a fondo en el segundo debate para dejar claro que eso no forma parte de sus planes.
 
Si los demócratas recurren a una maniobra tan burda, es porque piensan que los jóvenes son fácilmente manipulables. Además, relacionan la intervención en Irak con la Guerra de Vietnam, y rescatan el discurso antinorteamericano de Kerry a su vuelta del frente vietnamita, tan criticado desde las filas republicanas y que tanto daño le ha hecho. Lo malo es que se establece así una filiación entre los radicales de los años setenta y la propuesta demócrata. Eso da la medida del estrecho margen de maniobra con el que está jugando el equipo de Kerry.
 
Tal vez movilice a algunos electores jóvenes y atolondrados, crías fresquitas y recién salidas, muy bien adoctrinadas, de las aulas de las universidades progresistas. Pero siempre a costa de suscitar nuevos recelos en el sector central de la población votante.

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