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EDITORIAL

El antiamericanismo de ZP y el antiespañolismo de sus socios

Ya está bien de que la popularidad del antiamericanismo sea utilizada para desviar la atención de los nuevos insultos y desplantes que los socios del Gobierno socialista han dirigido contra España con ocasión de su Fiesta Nacional

Que Rodríguez Zapatero —al igual que Maragall— tenga como socio de Gobierno a un dirigente que ha pedido públicamente a ETA que mate fuera de Cataluña porque Cataluña no es España, es una lacra política y moral que siempre le vamos a recordar a este presidente de Gobierno, al que tanto han esperado y elogiado los implicados en la mayor masacre terrorista de nuestra historia. Que gracias a la infame labor “informativa” de tantos medios de comunicación, el presidente de las más antigua democracia del mundo y a la que más debe el mundo libre, sea para muchos españoles tan impopular como pueda serlo a los ojos de los terroristas, también es una lacra que no debe ser silenciada con ese ansoniano “perro no come carne de perro”.
 
Empezamos por aquí, porque ya está bien de que la popularidad del antiamericanismo sea utilizada para desviar la atención de los nuevos insultos y desplantes que los socios del Gobierno socialista han dirigido contra España con ocasión de su Fiesta Nacional, celebración a la que, por supuesto, no se han sumado. Y miren que se han hecho cambios para no “herir su sensibilidad”; sensibilidad antiespañola, claro está.
 
En lugar de reprobar públicamente por ello a sus socios independentistas, el Ejecutivo socialista ha vuelto a arremeter contra EE.UU, en la persona de su embajador, por no haber acudido en persona al desfile militar del que, como se recordará, fueron excluidos los soldados norteamericanos con la insultante y castrista explicación de Bono de que nuestro país “no se arrodilla” ante EE.UU. Vamos, que Moratinos se molesta ahora porque los americanos se limitan a no poner la otra mejilla como acuse de recibo.
 
Lo cierto es que este último desplante a EE UU —país, por cierto, al que más debe Francia esa liberación del yugo nazi que el Gobierno quería conmemorar con la participación de la división Leclerq— no es más que el último de una larga serie de desaires diplomáticos que arrancan con el ofensivo plante del entonces líder de la oposición de permanecer sentado al paso de la bandera estadounidense en el desfile del año pasado. A ese gesto infantil y vergonzoso le han seguido otros de muchísima mayor gravedad, como fue, una vez en el Gobierno, adelantar su decisión de dejar en la estacada a las tropas aliadas en Irak, y luego recomendar a los demás a hacer lo mismo, ya después de firmar una nueva resolución de la ONU que volvía a reclamar apoyo militar a la transición iraquí.
 
Fíjense hasta qué punto de irresponsabilidad no habrá llegado Zapatero que hasta los diarios más antiamericanos —empezando, pero no acabando, por El País— han considerado que “este año era el menos oportuno” para interrumpir la invitación al desfile a las tropas estadounidenses.
 
Es más, hasta el mismísimo Rajoy ha aprovechado desde Génova para tratar esta cuestión y declarar: “Creo que es una equivocación. Estar dando patadas en la espinilla a la primera potencia mundial no sirve para nada. Sirve para hacer una demagogia interna, pero es muy negativo para los intereses generales del país”. De cajón, pero no tanto: porque entre los unos y los otros, los que han confundido España con Venezuela y los que piensan que España no existe, están dejando el sentido común hecho unos zorros y a la Nación sin aliento.

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