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Lucrecio

El enigma Gallardón

El modo en que Gallardón ha arrojado a su escudero Cobo a los leones, es de lo más obsceno que se ha visto en política desde hace décadas

Todo cuanto concierne a Gallardón ha ido tomando caracteres cada vez más enigmáticos. Y es cierto que, con la mayor frecuencia, detrás de lo que vemos como enigmas no hay más que encefalogramas planos: es, al fin, tan fácil para un político hacer pasar como inteligencia la nulidad vanidosa. Sospecho que pudiera ser el caso. Pero es preciso aún conceder cierto margen a otra cosa más compleja.
 
Porque el enigma Gallardón no es de ahora, cuando ciertamente el alcalde de Madrid parece haber perdido por completo la cabeza, ignoro por qué motivos. El verdadero enigma no está en el interior de su laberíntico sistema neuronal. Los desequilibrios emocionales son cosa de cada uno; la política atañe a las solas relaciones de poder. Y son esas relaciones las que constituyen, en torno a Gallardón, una zona de sombra, hoy por hoy, insondable.
 
Trato de ser sintético.
 
Siendo, como son, los partidos políticos maqueta a escala del paradigma Estado, todo en ellos traduce –en un plano de coste reducido– los mecanismos de reproducción y destrucción que al Estado son propios. Formas organizativas como procedimientos reguladores, simbólicos y disciplinarios pasan del modelo real a sus miniaturas, con precisión de pantógrafo. Y, del mismo modo que un Partido tiene su Ejecutivo y su Legislativo – y aun ciertos usos del Judicial – en miniatura, también los golpes de Estado a escala son parte de sus automatismos regulados. Y, en miniatura también, están tasados con la pena máxima cuando fracasan. En un partido, la pena máxima –que las específicas comisiones disciplinarias regulan– se llama expulsión.
 
En el año1996, José María Aznar ganó, por primera vez, unas elecciones generales. Fue un triunfo corto, que colocaba a su partido en una situación muy difícil. Nadie, en aquel momento, o casi nadie, daba un céntimo por la supervivencia del Gobierno minoritario a cuya formación parecía condenado. Fue entonces cuando se gestó el golpe. Desde fuera del PP, Prisa, el verdadero propietario del partido al frente del cual González había navegado los tenebrosos años GAL-Filesa, concibió la estrategia: perder el Gobierno era muy peligroso –judicialmente, sobre todo–; había que jugar fuerte y rápido para volcar el resultado de las urnas. Había un modo: desplazar al ganador desde dentro, hacer que alguien más controlable que Aznar accediese a formar con el PSOE un Gobierno de concentración que salvara el alto riesgo penal de algún ministro y de un montón de altos cargos, y dejara intactos los faraónicos intereses del holding de Don Jesús Polanco. Gallardón apareció, de inmediato, como el hombre perfecto para consumar ese trastrueque del mapa político español.
 
Durante semanas, la operación estuvo en la frontera misma del éxito. Y Aznar en el filo de la guillotina política. Al final, el pequeñito del bigote mostró una dureza y una habilidad que ninguno le suponíamos. Gobernó, salvó una situación que parecía inviable, y, en cuatro años, atornilló una mayoría absoluta, impensable en el 96. Asombrosamente, no se tomó la molestia ni de desactivar el Imperio de Polanco (verdadero Estado dentro del Estado), ni de poner fuera de su partido al sujeto a través del cual la operación de voladura del PP había sido puesta en marcha. Algún día, espero, el ahora ex Presidente dará alguna explicación de esa cadena de disparates, que siempre juzgué suicida. Y, más aún, de la fantástica estupidez de tolerar la presencia de su cónyuge como escudo político del golpista perdonado.
 
Nuevamente Gallardón ha desplegado las estrategias del golpe interno, esta semana. Nunca lo de la repetición en clave cómica de lo que en la versión original fuera tragedia, ha aparecido con mayor evidencia. El modo en que Gallardón ha arrojado a su escudero Cobo a los leones, es de lo más obsceno que se ha visto en política desde hace décadas. Pero ha sobrevivido. Gallardón, digo. Ahí sigue. A la espera de que, desde la calle Miguel Yuste, se le diga cuando desplegar la tercera ofensiva. Intacto. Con la señora de Aznar como rehén. Con el ayuntamiento de Madrid como rehén. Con el PP como rehén, de alguna enigmática manera.

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